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La Cuchilla – Relatos Cortantes / La reforma a la salud.

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Todos le apodan “La Cuchilla” porque opina e ironiza sobre política de forma sencilla y tajante. Fue uno de sus nietos el que la bautizó así en alusión a la navaja de Ockam, y estas son sus historias…

La Cuchilla – Relatos Cortantes / La reforma a la salud. Por Edwin Suárez*

–Tanta plata que nos sacan mensualmente en este seguro y ni un ventilador son capaces de poner para que el calor no nos dé tan duro

–Aprovechó a comentar La Cuchilla al hombre que se abanicaba con una de esas revistas faranduleras que seguían morboseando el desahogo encarnizado de la cantante pero que, contrario a su moralismo editorial, nunca criticaban la infidelidad de su marido futbolista.

–Y yo que vengo de tierra fría, ¡imagínese cómo me está pegando el sofoco! –condescendió el aludido, también anciano, de unos ojos verdes como las esmeraldas y de una piel rojiza típica de la alta montaña–. Desde antes de pandemia esperando la cita para especialista y me vienen a hacer viajar acá en los días de más calor.

–¿Cómo así? ¿Tres años para una cita? –preguntó la anciana con admiración.

–Jummm…y eso que a mí sí me salió. Mi señora también estaba para revisión de especialista desde esos días y nada que le sale. Nos alcanzábamos a rezar hasta tres rosarios mientras que nos atendían la llamada y siempre nos salían con que el seguro no había podido contratar especialista…que había mucha gente esperando la cita antes que ella…y una cantidad de pingadas para terminar diciéndonos que llamáramos en un mes.

El anciano iba a continuar su historia pero un inesperado ataque de tos se lo impidió. Como pudo, La Cuchilla buscó un vaso de agua en el dispensador y se la ofreció al hombre, y mientras la bebía recibieron de otro anciano sentado a su derecha una observación:

–Tanta quejadera y en este país tenemos uno de los mejores seguros que pueda haber. Yo leí eso en la prensa.

–¡Ja! Si este es de los mejores, ni me quiero imaginar los malos –respondió La Cuchilla.

–Pues, fíjese, mi señora, que mi compadre que tiene una nieta estudiando en México me contó que por allá es terrible –se defendió el nuevo interlocutor de la anciana– y que cuando se enferman les sale mejor ir a médico privado, y no es que les salga barato.

–Lo que pasa es que en esto de la salud uno no puede compararse con otros porque siempre va a haber mejores y peores –adujo la anciana–. Lo que a nosotros nos toca es pensar en lo que tenemos, que, malo…malo, no es, pero necesita arreglos. –Yo sí decía–respondió el anciano de la silla derecha–. Usted es de las viejitas mamertas que todo lo que diga el guerrillero ese de presidente se lo aplauden. Me imagino que usted fue de las que salió a la calle a gritar bobadas el 14 de Febrero, ¿cierto? ¿cuando acaben con las EPS usted va a ayudar a arreglar el hijuemadre problema que vamos a tener?

La Cuchilla miró detenidamente al hombre y con mucha más calma le respondió a la andanada de afirmaciones:

–Viejita, sí, tal como sumercé, mi señor… Mamerta tal vez, pero yo preferiría que me dijeran que tengo cacumen…Marchar, no lo vi necesario porque para eso voté y eso es suficiente para que un gobernante haga lo que le apoyé con mi voto, y la verdad a mi la reuma no me da para tanto agite. En cuanto a que se acaben las EPS y se arme despelote, pues el único problema lo ven personas aceleradas como usted porque eso por lógica se hace de a poquito y no de un totazo.

–¡Gonzalo Ayala!…¡Gonzalo Ayala!

–interrumpió a los pacientes una enfermera, y de inmediato el bonachón anciano rojo como los tomates se puso en pie, le regaló una sonrisa a La Cuchilla e ingresó al consultorio que le señaló. Sin ninguna pausa la misma mujer de la cofia se le acercó a la anciana y corroboró su nombre para de inmediato proceder a aplicarle unas gotas de Cyclogyl y dilatarle las pupilas.

Mientras La Cuchilla padecía el efecto óptico escuchó cómo llamaban y atendían al hombre con el que había discutido.

–¿Cómo así que esa droga no la hay?

–preguntó el anciano a la primera enfermera que se le cruzó luego de recibir su fórmula–.

Y me hace el favor y no me hace mala cara, señorita, que yo merezco respeto.

–Pues es que a mí mis papás no me hicieron sonriendo ni mucho menos sorda

–escuchó La Cuchilla que la enfermera respondió–.

Claro…como a usted no es al que le toca doblarse en turnos se cree que puede andar reclamando en el tono que quiere…y sí …esa droga le toca por su cuenta –remató la mujer. Desanimado para seguir discutiendo, el hombre buscó la puerta de salida y, justo cuando pasó por el lado de La Cuchilla, le oyó a la anciana una pregunta que ya no pudo refutar: –¿Sí ve que a la salud hay que mejorarle cositas?

 

 

 

 

* Licenciado en Filosofía USTA, Magister en Filosofía UIS, Profesor del magisterio de Barrancabermeja, Santander.


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