Por: LUCERO MARTÍNEZ KASAB
No, no es tentador dividir el mundo entre buenos y malos como lo escribió un columnista sobre el presidente Petro cuando se dirigió al pueblo en la Plaza de las Armas de hace unas semanas. No es tentación, es obligación de un líder que está al frente de millones de personas padeciendo injusticia jurídica, social y ambiental mostrarles la realidad del manejo político que los ha llevado a la miseria, a la desesperanza, a la muerte.
Ciertas personas nacidas dentro de una élite privilegiada se forman con unos parámetros políticos asépticos, como si de un quirófano se tratara donde hay ciertos términos según ellos contaminantes. Además, se creen con el derecho de colocarle al pueblo límites a la lectura ética sobre la vida; a censurarles las categorías de bueno y malo dentro de la política porque, en concepto del columnista, eso separa y divide al país. Como si las palabras dividieran más a la sociedad que la misma desigualdad concreta por el acaparamiento económico, la corrupción y todos los delitos de cuello blanco de la clase gobernante. Nacer y formarse dentro de la opulencia hace creer a algunas personas que no es bueno contarle al pueblo por qué vive de manera miserable. Que señalarle la raíz de tanta injusticia divide a la sociedad como si esta no estuviera divida de facto por la inequidad económica a manos de una clase dirigente rapaz; como si el hambriento no tuviera derecho a descubrir de dónde salen las condiciones injustas que los mantienen sometidos.
Compara este columnista a Petro con Trump, eso sí es simplista y falso. Trump es el representante de un pensamiento fascista que quiso ahondar en la desigualdad social; Petro, es lo opuesto, es un progresista que quiere sacar de la desigualdad a millones de colombianos de las manos de una oligarquía corrupta que tiene sometido al pueblo, ahí están todas las cifras de la FAO sobre la desigualdad de la propiedad rural en Colombia; la explotación orgánica del trabajador denunciada por la OCDE que hace que los colombianos se afecten más física y mentalmente; la mortandad y enfermedad en Colombia por el mal manejo –corrupción- del COVID-19 que la ubicó en los últimos puestos según Bloomberg, entre otros índices, que nos muestran cómo estamos en medio de una gran desigualdad social.
Donald Trump en la política más ciertos analistas de los periódicos a nivel local y mundial se han apropiado del discurso crítico de los líderes progresistas para esgrimirlos como propios descaradamente; así, hablan de populismo, de mesianismo, de injusticia cuando son ellos y ellas quienes caen en esas prácticas. Conceptos que otrora brillaron en la oposición crítica terminan siendo desgastados por la élite como han desgastado la tierra.
Escribe este columnista frases con tanta generalización conceptual para poder introducir su manera de pensar defensora del establecimiento, que nadie le va a discutir, posando de gran conciliador ¨las diferencias son parte de una democracia…¨, pues sí…, como que el agua moja… Nadie discute esa característica de la democracia y no es el presidente Petro quien está contra ese axioma, al contrario, precisamente, su lucha es para que la ¨democrática¨ élite colombiana acepte las diferencias y permita que los jóvenes pobres puedan estudiar; que los pequeños empresarios gocen de alivios financieros y no solo los mega empresarios; que los niños pobres tengan buena alimentación para igualar su estado nutricional con los niños más favorecidos; que el campesinado tenga tierras para cultivar y no solo los terratenientes…
A la élite siempre le ha repelido que las cosas se llamen por su nombre, les encanta la hipocresía, las palabras encubridoras, relativizar los términos en este caso lo bueno y lo malo de la sociedad. Lo bueno y lo malo son categorías imprescindibles en el mundo para definir dónde está la vida y dónde está la muerte. Lo bueno es lo que permite la vida, lo malo, lo que lleva a la muerte. Esto es verdad desde una mínima sustancia como el agua o el veneno hasta el comportamiento de un ser humano cara a cara con otro o, a través de la política para salvar la vida o para causar la muerte.
Invoca el escritor el ejemplo de Mandela con su actitud de reconciliación con la que vivió su libertad después de estar preso por más de dos décadas y que hoy en día es paradigma para las sociedades que necesitan dirimir sus conflictos políticos, como si el presidente Petro no tuviera ese mismo ánimo. El presidente Petro ha tirado puentes entre sus rivales nombrándolos en cargos públicos, ministros, directores de oficinas haciéndolos partícipes de la reconstrucción económica y moral del país como hasta ahora no lo había hecho ningún presidente con la oposición. Se ha reunido personalmente sin ningún problema con el máximo líder político de la oposición y con el máximo líder de la ganadería, un sector económico vital para, precisamente, buscar la reconciliación y la paz en Colombia. Pero, es tanto el miedo que el columnista le tiene al pueblo –la oligarquía lo ha tenido siempre- que ve peligroso que el primer presidente elegido por el pueblo se apoye en él para contener todo el movimiento desestabilizador de la oposición desde los más bajos y delictivos procedimientos contra su gobierno.
Cada país tiene sus particularidades y Colombia tiene una oposición virulenta, feroz, inescrupulosa que reúne a expresidentes, a delincuentes –casi un pleonasmo-, influencers y medios tradicionales de comunicación en contra de un proyecto político que se ganó con total trasparencia con el ánimo de arrasarlo, llevándose de paso a la sociedad entera. Por eso el presidente Petro ha tenido que recurrir a hablarle al pueblo desde el balcón, como se hacía antes, porque la calle es el sitio para la gran asamblea del pueblo; el poder es fuerza y la fuerza la da la unión de la gente.
El país se une curando las heridas económicas de millones de colombianos que no se alimentan como es debido; curando las llagas del alma de los pobres que la desigualdad ha dejado en doscientos años; consolando a los jóvenes masacrados con nuevos proyectos para el futuro; dándoles oportunidades a la mujeres para que salgan del dominio del varón; poniéndose del lado de las víctimas no de los verdugos porque eso ha sido la clase dominante de Colombia, verdugo del medio ambiente y de la gente pobre.
Invoca, defiende y pide reconocimiento el columnista para funcionarios de partidos tradicionales –demostrando de quién es vocero- que algún bien hicieron desde sus puestos en el pasado, como si no se tratara de eso: que cumplieran con su deber, con responsabilidad y buen desempeño porque para eso se les pagaba. Como no fue capaz, precisamente, el hermano del columnista, Fernando Botero, cuando fue ministro de Defensa, haciéndole un daño enorme al país al ser encontrado culpable de ser mediador entre el Cartel de Cali y el gobierno de Samper en la entrega de seis millones de dólares a esa campaña presidencial. ¿Con qué autoridad moral el columnista pide reconocimientos a una clase que como clase ha despreciado al pueblo utilizando los puestos y los recursos para beneficio propio mientras la gente se muere en la desesperanza y la pobreza? Resulta chocante y pretensiosa dicha solicitud.
No hay ninguna visión apocalíptica del presidente Petro sobre la realidad global, como dice el columnista. ¿Cuáles son los grandes avances del mundo? El solo hecho de que estemos ante la posibilidad de una tercera guerra mundial es la prueba irrefutable de que vivimos un momento terrorífico. La subjetividad de la oligarquía mundial no ha avanzado un centímetro. Es el pueblo raso de Francia, Alemania, Inglaterra, Ucrania, Perú, Colombia entre otros, el que está dando muestras de un avance en la racionalidad al oponerse al deseo imperial de los EEUU en pleno siglo XXI, a la carrera armamentista de los países de la OTAN, a la reactivación del nacismo con Zelenski a la cabeza.
Para el pueblo, señor columnista, es imperativo en la política llamar las cosas por su nombre porque la historia dice que los dominantes siempre distorsionarán la realidad, no en balde el Mito de la Caverna de Platón sigue vigente a través de los siglos.
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