La dignidad de las historias inconclusas

Las historias inconclusas también guardan belleza, porque en la pausa habita la memoria y en la espera, la fe.
Por: JEVS
Dicen los cronistas que hay relatos que nunca alcanzan el cierre de edición. Se detienen en medio del camino y, aun así, logran dejar más huella que aquellos con desenlace solemne. Tal vez porque lo inconcluso obliga a imaginar, y en la imaginación siempre hay un resto de esperanza.
Algunos amores aparecen como titulares de primera plana; otros, como notas al pie que pasan desapercibidas. Pero incluso esas notas pequeñas guardan poder: enseñan a sonreír en silencio, a recordar que la vida no siempre necesita capítulos extensos para sentirse real. Lo breve también pesa, lo breve también transforma.
Nadie debería avergonzarse de necesitar más tiempo para decidir. El derecho a detenerse, a dudar, a escuchar los propios silencios es tan legítimo como el derecho a querer ya, con urgencia y claridad. Ambas posturas conviven, y en esa tensión se revela la paradoja más humana: nadie llega tarde a lo que aún puede escribirse.
Innegablemente, la dignidad se encuentra en medio de esa contradicción. La dignidad de quien dice “no ahora” sin herir, y la dignidad de quien, aun con lágrimas en los ojos, elige esperar. Llorar no es derrota; esperar no es sumisión. Ambas son maneras distintas de cuidar lo que importa, de confiar en que el tiempo sabrá cuándo abrir la siguiente página.
Es verdad que habrá llanto, como lo hay en cualquier despedida provisional. Pero el llanto también acompaña: recuerda que hubo algo que valió la pena, que lo vivido no fue un borrador desechable. Incluso la tristeza puede ser noble cuando nace de un sentimiento que prefirió ser honesto antes que ficticio.
Lo que queda al final es gratitud. No una gratitud conformista, sino la que reconoce la belleza de lo efímero. Porque agradecer lo breve es un acto de valentía: convierte lo inconcluso en memoria y lo rescata del olvido, como quien guarda un ejemplar en la hemeroteca sabiendo que algún día volverá a ser leído.
A veces, esas historias inconclusas resultan las más luminosas. Porque enseñan que la paciencia también es un lenguaje del amor, que la dignidad puede convivir con las lágrimas y que la espera —lejos de ser un vacío— es una promesa discreta. Y quizás esa sea la verdadera noticia: que incluso lo que no termina sigue siendo una manera hermosa de existir.
¡Absolutamente! Este texto es como un capítulo interminable sobre la necesidad de escribir capítulos interminables. Me encanta la paradoja de que la dignidad reside tanto en decir no ahora como en llorar mientras esperas, porque, francamente, a veces mi dignidad se mide por la rapidez con la que puedo abandonar una página en blanco. La gratitud por lo efímero es un acto de valentía, ¡bueno, a veces es solo para no olvidar dónde dejé las llaves! Pero sí, esa idea de que las historias inconclusas pueden ser las más luminosas tiene algo de magia, especialmente cuando tu historia es ¿Dónde dejé las llaves? y nadie responde. Comparto, aunque mi contribución a la hemeroteca personal es más bien un desorden organizado.speed stars yêu cầu hệ thống