Quiero empezar por mencionar que la narrativa fantasiosa y sin sentido que teje un medio de comunicación nacional para atribuirme una supuesta intervención en actuaciones del señor presidente Gustavo Petro es un burdo “mandado” en medio de la andanada de críticas orquestadas a diario por las élites de este país que representan poderosos intereses con la única intención de desacreditar todo lo que haga o diga el señor presidente.
Hay que leer entre líneas lo que informan –o desinforman– hoy en día la mayoría de los medios de comunicación para saber qué es lo que está pasando en Colombia, en verdad, y en la promoción y aprovechada confrontación entre el señor presidente y el fiscal general. Muchas noticias, como esta que nos ocupa hoy, son clara y obviamente noticias interesadas, particularmente contra el presidente Gustavo Petro.
Creo que la política de cambio promovida por el hoy presidente de Colombia es la única esperanza real de que algo cambie en Colombia, en lo social, en lo político y en la economía. El resto es más de lo mismo.
¿Por qué lo creo? Porque para poder cambiar un país como Colombia se necesitan, en mi opinión, tres cosas: la primera, no tener miedo; la segunda, no tener dueños; y la tercera, identificar a los verdaderos enemigos, no a los supuestos. Pienso que el presidente cumple con estas tres condiciones y tiene una poderosa razón por la que merece lograrlo: porque le importan las personas más desfavorecidas, los jóvenes, los mayores, los excluidos. Los mal llamados pobres, por oposición a la riqueza que encarnan por sus propias condiciones.
Por tanta corrupción en lo público y en lo privado, y por la mala política imperante –la que nos destruye y nos impide progresar–, el país escogió a Gustavo Petro. Si las cosas hubieran estado bien y Colombia marchara por el buen camino en los distintos ámbitos de la sociedad, Gustavo Petro no existiría como político con vocación de poder.
Para volver a lo que origina esta reflexión es fácil afirmar que los medios de comunicación, que en su mayoría están al servicio de estas élites e intereses particulares o coyunturales, no tienen la capacidad periodística, política y práctica de develar los grandes escándalos de todo tipo que se esconden detrás de un Estado muchas veces cómplice, atravesado por la corrupción y la mala política. Esta capacidad sí la tienen periodistas como Gonzalo Guillén, quien no tiene dueños y ejerce con valor civil su responsabilidad profesional. Por eso ha logrado reconocimiento nacional e internacional.
Toda situación crítica que vive el país – inseguridad, violencia, pobreza, corrupción, inflación, desvalorización de la moneda y un largo etcétera– se la achacan todos los días por diferentes canales al nuevo Gobierno de Gustavo Petro.
Más allá de la tormenta infinita de titulares de prensa, noticieros, redes sociales plagadas de noticias falsas o malintencionadas, prácticamente todos los medios de comunicación importantes o nacionales buscan promover una gran mentira: que el presidente Petro es el causante o el culpable de todos los males de Colombia o, como dicen algunos, que “desde que Petro llegó, todo empeoró”.
Esto es falso. Nuestro país está en crisis desde hace décadas porque sus élites, formadas por los políticos corruptos, aliados con el narcotráfico y con todas sus variables de negocios, han arrasado, contaminado e infiltrado todo en el país y, al haber permeado las Fuerzas Militares y de Policía, como lo han hecho, condujeron a una violencia casi imposible de parar. Muchos ejemplos increíbles de militares, policías, jueces y fiscales que sacrifican su vida por sus valores y principios de rectitud y honestidad.
Hoy, Colombia es, en un gran porcentaje y de muchas formas, un país de negocios ilegales, básicamente derivados del narcotráfico y de la corrupción. Está cooptado por esas élites, verdaderas asociaciones para delinquir que operan en todo el territorio con sus propios aparatos militares o de sicariato privado, muchos de ellos aliados con agentes corruptos de la fuerza pública.
Reconocer y cambiar esta realidad es el gran propósito de la llamada Paz Total del presidente Petro: la necesidad de conocer, descifrar y desarticular todos los conflictos violentos del territorio, desarmar los agentes violentos y los intereses detrás de ellos, en gran medida manejados por la droga y la corrupción.
En el largo prontuario de la corrupción e impunidad en el país se destaca la prohijada desde la Fiscalía, conocida por infinidad de escándalos mediáticos y políticos, ahora aumentada con los 200 asesinatos selectivos que habría anunciado y ejecutado impunemente el Clan del Golfo, su relación con el narcotráfico y con el Ñeñe Hernández.
Diversos hechos denunciados en los últimos años por el periodista Gonzalo Guillén dejan al descubierto que la Fiscalía General de la Nación, mucho más desde el periodo del exfiscal Martínez, se ha convertido en una banda criminal con ramificaciones que superan la ficción. El caso de Odebrecht es el mejor ejemplo.
Me podría extender por horas y escribir libros contando todas las conductas ilegales, inmorales e inhumanas de la Fiscalía, que conocí durante mi encierro de dos años en La Picota, injusto e ilegal, como lo determinó el dictamen de una comisión de las Naciones Unidas sobre detenciones arbitrarias. Son incontables los testimonios que pude escuchar de personas privadas de la libertad, sobre décadas de podredumbre, manipulación y abusos de la Fiscalía en los juicios que adelantan. Podría contar mucho de la corrupción en los procesos de Justicia y Paz, en particular de la Fiscalía, pero este no es el momento ni el lugar. Puedo mencionar que durante mi paso por la cárcel llevamos más de 3.000 presos, guerrilleros, paramilitares, narcotraficantes, delincuentes comunes, jefes, capos a decir verdad a la JEP y no fueron aceptados, con el falso pretexto de no ser parte del Acuerdo de La Habana. Esta justicia, cuyo interés principal debiera ser la verdad por encima de todo, es una justicia “interesada”, parcializada y les sirve también a unos intereses políticos particulares.
Como si esto fuera poco, vale la pena mencionar que cuando en un país se escoge a un fiscal general para asegurar la impunidad, apague y vámonos. Hasta que no se cambie esta manera de operar del Estado, estamos liquidados como sociedad, como democracia y como Estado de derecho.
Miente el medio de comunicación señalando que estoy condenado por sobornar testigos, ni siquiera la sentencia en mi contra dice eso. No es cierto. La sentencia de segunda instancia no está en firme porque la apelé y presenté recurso de doble conformidad, dado que fui declarado inocente en primera instancia. En segunda instancia fallaron contra mí sin una sola prueba, con simples argumentaciones, carentes de valor fáctico y probatorio, configurándose por ello un fallo contraevidente, contrario a la ley. De ahí mi recurso.
La llegada de Gustavo Petro al poder tiene aterradas a las élites, mafias, como se las quieran llamar, porque se dan cuenta, por el talante del presidente Petro, de que los cambios van a llegar, ya sea porque los aprueba el Congreso de la República o porque, como lo ha dicho el propio presidente, buscará que el pueblo se manifieste en apoyo de los mismos.
Pienso que llegó el momento del cambio para Colombia, pero igual entiendo que no será fácil. El presidente Petro representa, en la práctica, una gran oportunidad para los empresarios sanos, decentes, para los emprendedores con ganas de surgir, de crecer, para los jóvenes con sueños, para las personas mayores y para todos los que hoy piensen que las cosas no están bien y deben cambiar. También para la inversión extranjera, que hoy entiende que el país y el mundo deben cambiar para dar paso a una sociedad sustentable, más limpia en todo sentido, respetuosa del medioambiente y de la vida en el sentido más amplio de la palabra.
Vale la pena mencionar y rescatar de lo hasta ahora planteado y ejecutado por el presidente Petro dos temas: el primero, que intentó dialogar con la clase política y con los partidos para consensuar las reformas. Creo que el cambio de ministros le da una nueva y refrescante oportunidad de lograrlo. Y segundo, su política internacional.
Colombia, en cabeza del presidente Gustavo Petro, es ya un referente continental y casi mundial de una nueva mirada sobre dos temas vitales y vertebrales para Colombia y para la humanidad. El primero es la lucha frontal por la preservación de la vida y la especie humana en el planeta, cuestionando la necesidad de cambiar el modelo económico mundial dependiente de los hidrocarburos por uno basado en energías limpias. Y el segundo, la necesidad de replantear la fracasada lucha contra el narcotráfico a todo nivel, liberando a Colombia de la culpa y la responsabilidad de lo sucedido en este dominio. No somos victimarios, sino víctimas del narcotráfico y de sus agentes.