El cerebro de las personas que se sienten solas funciona de manera diferente. Las forma en que nos afecta la ausencia de presencias físicas a nuestro alrededor o de una compañía significativa es profunda y dolorosa. La falta de intercambio social, validación emocional y comunicación cotidiana erosiona la mente y altera muchas funciones neurológicas.
Este no es un tema menor. La soledad es una epidemia silenciosa que se expande cada vez más entre nuestras sociedades modernas. Así, y aunque no falten aquellos que enfatizan que se sienten bien estando solos, no podemos dejar de lado que no todos vivimos las mismas realidades. El aislamiento y, sobre todo, la soledad no deseada conforma una auténtica emergencia social que no estamos atendiendo como deberíamos.
Los adultos mayores son sin duda los más vulnerables a esta situación. Sin embargo, no descuidemos otro hecho: los adolescentes y los adultos jóvenes también experimentan esta sensación. Aunque de una manera más compleja. El uso intenso de las nuevas tecnologías, las redes sociales y unos vínculos sociales cada vez más frágiles, les aboca una sensación permanente de apatía, nulos significados vitales y soledad.
“La soledad se admira y desea cuando no se sufre, pero la necesidad humana de compartir cosas es evidente”.
-Carmen Martín Gaite-
¿Cómo es el cerebro de las personas que se sienten solas?
La soledad no deseada lastima. Como seres sociales que somos no estamos preparados para el aislamiento, para esa desconexión social en la que no recibir ningún estímulo físico, emocional o comunicativo. Todos necesitamos hablar y que nos escuchen. La mayoría nos enriquecemos de las conversaciones, de la cercanía de alguien que nos mira, que nos visibiliza y nos da presencia.
Porque reflejarnos en la mirada de otros también es encontrarnos. Porque “ser” es también formar parte de “alguien”, ya sea un familiar o un amigo. Y esto es algo que a menudo descuidamos. Lo pasamos por alto en ese anciano o ese abuelo al que nadie va a visitar y que ve pasar las horas suspendido en un vacío sin forma, sin estímulo alguno, sin compañía en la que poder reflejarse.
Por ello, la ciencia se interesa cada vez más en comprender cómo es el cerebro de las personas que se sienten solas. Más allá incluso de la actual realidad de pandemia y confinamientos, la soledad lleva años siendo un problema grave para la salud física y psicológica. Lo analizamos.
La “red predeterminada”: recordar el ayer para sobrevivir
La Universidad McGill en Quebec (Canadá) realizó un estudio que vale la pena considerar. Los doctores Nathan Spreng y Emile Dimas descubrieron que la ausencia de estimulación social genera determinados cambios en el funcionamiento cerebral. Esas variaciones tienen un fin: ayudar a la persona a lidiar con ese estado.
Esa variación del funcionamiento se focaliza en una colección de regiones cerebrales conocidas como la “red predeterminada”. Estas estructuras surgen como mecanismo de defensa. Es decir, cuando el cerebro percibe una situación de desconexión mantenida activa una serie de cambios.
Lo que hace esta red predeterminada es activar la imaginación y los recuerdos del pasado. Gracias a esas respuestas neuronales, la persona alimenta la esperanza. Reforzar los recuerdos del ayer e imaginar que tarde o temprano se tendrá alguna conexión significativa alimenta la ilusión. Los científicos nos dicen que la mente que no está expuesta a estímulos sociales actúa como un cerebro hambriento. Sueña e imagina con comida; en este caso, lo que anhela es compañía.
La soledad mantenida deprime el cerebro
El cerebro de las personas que se sienten solas puede derivar en muchos casos en un estado muy similar al de la depresión. Cabe concretar que, tal y como nos señalan trabajos de investigación, como los realizados por los doctores Jordan Grafman y Frank Krueger en estos casos no siempre se deriva en una depresión clínica real.
Sin embargo, el aislamiento y el sufrimiento de la soledad no deseada alteran de igual modo las funciones cognitivas. Es decir, las funciones ejecutivas pueden enlentecerse. Eso significa que podemos tener problemas para concentrarnos, resolver problemas, realizar actividades multitarea o recordar datos complejos.
Asimismo, algo que han podido ver gracias a resonancias magnéticas es que la soledad afecta el funcionamiento del lóbulo frontal. De ahí que, además de esos problemas asociados al pensamiento, se vean también alteraciones socioemocionales. Aparece el abatimiento y la desesperanza. Así, y en caso de que el aislamiento se mantenga en el tiempo, ya se corre un riesgo elevado de manifestar una depresión real.
La demencia y el cerebro de las personas que se sienten solas
Es un hecho. La demencia y el cerebro de las personas que se sienten solas guardan una relación significativa. Debemos ser conscientes de que el sentimiento de soledad es un riesgo casi devastador para la salud física y psicológica. Lo es hasta el punto de que los adultos mayores pueden evidenciar un declive cognitivo asociado con las demencias.
Aún más, ha podido observarse que el aislamiento que dura años, eleva el riesgo de la aparición de la proteína amiloidea, la que se asocia con la enfermedad de alzhéimer. Todo ello debe obligarnos sin duda a una profunda reflexión. Somos una sociedad cada vez más conectada, pero que sufre más que nunca el dolor de la soledad.
Necesitamos cambios, reformulaciones y mejores servicios asistenciales. Es prioritario activar un abordaje sensible y multidisciplinar capaz de dar respuesta a jóvenes y ancianos, a personas aisladas y a personas que, aun estando acompañadas, se sienten aisladas. Queda mucho camino por recorrer y necesitamos, sin duda, la concienciación de todos nosotros.