Este país y sus grupos armados como el ELN no quieren La Paz, quién va querer La Paz cuando tiene montado un negocio de narcotráfico donde la supuesta ideología es sólo un mentiroso sostén ético para legitimar una lucha armada a través del populismo y la demagogia revolucionaria.
Científicos sociales y periodistas han escrito libros, han estudiado doctorados, han producido películas, se ha filosofado en torno a la hoguera en las frías y estrelladas noches colombianas, para encontrar la respuesta a tan centenario y profundo conflicto, todos llegan a una conclusión: mientras la cocaína siga siendo el combustible que le permite a los territorios tener economías paralelas de sustento para sus tropas, unas de mentalidad supuestamente para paramilitar y otras guerrilleras, la “cocaína” seguirá siendo el demonio que alimenta las subversiones.
Qué persona de buen corazón y que quiere vivir en libertad va a seguir a estas alturas de la vida andando por el monte escoltada por unos muchachos sin estudio y adoctrínanos por “derechistas” e “izquierdistas” librando una supuesta guerra por la liberación nacional.
Todo es una gran falacia, somos un país narcotraficante, nuestros medios de producción como lo describe Marx y como diría el antropólogo Marvin Harris, están íntimamente ligados con nuestras construcciones simbólicas y culturales. Es decir la economía narco define nuestra cultura. Cuando la economía define la cultura, define a su vez las dinámicas sociales, las mismas instituciones, por ende termina componiendo todo el corpus simbólico de un país guerrero, de odios, y donde el narcotráfico es una llama que alimentan desde afuera otros países.
Colombia por estar en el centro del trópico, como periferia misma es donde todos estos conflictos culturales, sociales y económicos toman forma, y mucho más si no existe la voluntad por reconocer en el compatriota a un hermano sino está vez, a un enemigo, el guerrillero o paraco.
Samuel Kaputt