En medio de la incertidumbre sobre el desempeño de Gustavo Petro como presidente, surge una pregunta clave: ¿comparten la audiencia y los opinadores la sensación de que él sufre solo?
Aunque muchos lo ven acorralado, los últimos nombramientos de senadores en entidades importantes han despertado críticas. ¿Por qué figuras como Gustavo Bolívar y Alex López Maya, reconocidos por su compromiso con el cambio en Colombia, no están en el Congreso defendiendo las leyes y proyectos que promueven? En lugar de eso, Petro parece haber politizado las instituciones, desviando el foco de atención de las necesidades reales del país hacia su agenda personal.
Es hora de que Petro se desmarque de las élites mafiosas costeñas que han afectado su gobierno, como quedó evidenciado en el caso de la UNGRD. La reciente cumbre de Alcaldes Progresistas también generó controversia, especialmente considerando que figuras como Alejo Eder están alineadas con el cambio y la reconciliación. Sin embargo, Petro continúa señalando a las mafias uribistas sin reconocer la complejidad política del país, alienando a antiguos aliados y decepcionando a quienes esperaban un liderazgo más inclusivo.
El llamado a una constituyente refleja el malestar generalizado con el Congreso y las instituciones corruptas, pero ¿cuál sería el desenlace de este camino? Más caos, más discordia y un presidente cada vez más acorralado que coloca a sus afines ideológicos en posiciones clave del gobierno.
Otro punto importante que no se puede pasar por alto es el papel de Laura Sarabia. Como figura destacada en su administración, se espera que represente los valores de una izquierda progresista. Sin embargo, su perfil conservador y cristiano no concuerda con las luchas y las ideologías que se esperarían de un gobierno de esa orientación. Esto ha generado descontento entre aquellos que esperaban una representación más coherente con los principios progresistas que se supone defiende el gobierno de Petro. Su presencia destaca una contradicción dentro del mismo gobierno y agrega más elementos a la compleja situación política que enfrenta el presidente.
Además, debemos considerar el peligro de alimentar la narrativa de Petro como un líder radical y autoritario, sin reconocer que el panorama político ha evolucionado desde 2022 y que la ciudadanía demanda un enfoque más moderado. Es evidente que la primera línea de Petro no necesariamente reflejará la voluntad del pueblo para las elecciones de 2026. Es momento de una reflexión profunda sobre el rumbo del país y las verdaderas necesidades de sus ciudadanos.