Por: Ignacio Álvarez (@Funurbiano).
El edificio “Portacomidas” denominado así porque parece realmente un porta para llevar alimentos a lugares de trabajo, de esos que estuvieron muy de moda en loa años 50, 60, y 70s, hasta que comienzan a aparecer los hornos microondas y entonces merma su uso. Ese edificio ha estado “matrimoniado” con el hotel Nutibara al lado de la plazuela del mismo nombre en el centro de Medellín. O sea que este edificio ya muy añejado por el tiempo también guarda muchas historias añejas y una de ellas fue haber conocido allí, en el 5to piso, al hijo de Alberto Uribe Sierra, un flaquito endeble pero con ceño pendenciero y mandón desde que saluda, y al cual bautizaron en Salgar con el nombre de Álvaro. Ese Álvaro con figurita de nada, pero que ese día llegó con ínfulas de mucho.
En ese quinto piso funcionaba temporalmente una oficina que aglutinaba un movimiento juvenil universitario de diversas instituciones de Medellín. Allí nos juntábamos chicos y chicas de último año de bachillerato o preU, como se les llamaba; y otros de primeros años de universidad que acompañábamos la candidatura disidente de Belisario Betancur frente a la oficialista del Frente Nacional de Misael Pastrana Borrero y la de Gustavo Rojas Pinilla por parte de la Anapo, o sea, la vez que Misael, el papá de Andresito, le robó las elecciones presidenciales por intermedio del “Tigrillo” Noriega, ministro de gobierno de Lleras Restrepo en esa época, quien hizo apagar la señal de televisión a medianoche de ese domingo, cuando iba ganando ampliamente Rojas Pinilla y al otro día que volvió la señal por la mañana, ya Misael aventajaba inexplicablemente al general retirado.
Para esa tarde en que conocí a Uribe, nuestro coordinador de colectivo político, Humberto Saldarriaga, un girardoteño hijo de sindicalista de EPM, grande, fuerte y de voz gruesa, nos anunció que quería presentar un joven con inquietudes políticas que de pronto se integraría al grupo. Muy bien, se comenzó la reunión con los protocolos de orden del día y acta normal y se le dio la palabra al recién llegado Uribe Vélez, pero llegó “tacando burro” como dicen los billaristas, porque anunció que él llegaba con pretensiones de ser presidente de ese grupo, porque era tataranieto del general Rafael Uribe Uribe, lo que entre otras cosas, nunca se ha podido comprobar.
Obviamente el rechazo fue total y su discursito, preparado en hojas de folder de estudiante universitario, fue interrumpido en tres veces hasta que Saldarriaga se dio cuenta que el muchacho no había caído bien e interrumpió y pasó la página cambiando al siguiente punto del orden del día. El tipo era inmamable. No soltó una sonrisa ni aceptó una sola charla juvenil de las que se estilaba en el grupo, o sea que sus aires de superioridad ya se mostraban desde allí y alguien lo remató contando una anécdota del colegio Benedictino de donde lo habían echado. Nuestro compañero Ignacio Vieira que estaba presente en la reunión y estudiaba también en Benedictinos, nos comentó que era que Uribe se creía el mandamás de todo espacio donde llegaba y que lo había tenido que echar de esa institución, el monje Cesáreo Figueras, abad de ese colegio porque en unas fiestas con reinado «ÉL» había llevado una novia a que concursara y al no ganar la chica, Uribe se fue a pegarle al coordinador de las actividades lúdicas. Desde allí se mostraba como un mal perdedor y un tramposo tropelero. Alberto Uribe, su papá, más conocido con el alias de “El Gitano”, era tramposo para el juego de fonda y para los negocios, pero no tropelero. La angustia cundió aún más en el recinto educativo, porque el salgareño había creado la fama de que guardaba en su bolsillo una navaja automática capotera, para cuando tuviera que pelear, porque “ÉL” sabía que sus condiciones físicas no eran las mejores, pero amenazando con navaja amedrentaba al oponente. Pero el monje Cesáreo era un hombre fortachón y de ejercicio diario, por lo tanto corpulento, evito que agrediera al coordinador y lo llevó a Rectoría para darle su boleta de salida. Desde allí venía Uribe, con sus intenciones de imponer su dominio porque si o porque si. O por las buenas o por las malas y con trampa.
Ya veremos en la próxima entrega algunos otros hechos de la vida del Matarife y que no distan mucho unas de las otras; a todas las va caracterizando el mismo cordón umbilical: la fuerza bruta para dominar y la trampa para ganar. Porque cuando lo echaron de Benedictinos, Alberto Uribe busco influencias para matricularlo en el Jorge Robledo donde finalmente terminaría el bachillerato, pero condicionado porque amenazó chantajisticamente, con quemar la biblioteca para obtener una prebenda por la fuerza.
Amenazas, dominación, trampas, mentiras de linaje…
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