Por: LUCERO MARTÍNEZ KASAB. Magíster en Filosofía.
Soñé ser bailarina de ballet, el que practiqué de niña en la academia de una prima hermana de mi padre, recuerdo que después de realizar las rutinas me encantaba acomodarme en la baranda del salón de tal manera que, al echarme para atrás formando un arco con el cuerpo, rosaba el piso con mi cabello; lo hacía una y otra vez, me fascinaba. De la mano de mi padre íbamos a ver los grandes espectáculos del ballet ruso, mexicano, colombiano o al llamado Holliday On Ice, ballet en el hielo, que me transportaban a otro mundo; entonces, yo soñaba con lucir esos vestidos cubiertos de diamantes –eso me imaginaba-, tener los ojos maquillados como plumas de pavo real, danzar con gracia y mover las manos con aquella finura.
Las reuniones familiares de fin de año eran acompañadas con guitarras y con el canto de mi padre, Fernando, al que se le unía mi tío, Manolo, entonando ambos como barítono y tenor los más bellos boleros y tangos. En la primaria me escogían para que declamara en los actos cívicos y para pequeñas obras de teatro; algo que me asustaba, pero a la vez me atraía sobre todo porque la profesora, doña Rosa, me animaba muy convencida de que lo hacía bien y yo, como la quería tanto accedía para complacerla. Mi abuelo, Efraím Martínez Zambrano pintor, mi abuela, Matilde Espinosa, poeta, mi tío abuelo fundador de Bellas Artes de Cali así que el arte con sus variadas manifestaciones ha estado en mi vida desde siempre…, cómo no saltar de alegría con el nombramiento de Patricia Ariza como Ministra de Cultura.
Gabriel García Márquez en aquel año de 1994 cuando Ernesto Samper Pizano creó el Ministerio de Cultura se opuso argumentando sabiamente que se podría convertir en un fortín burocrático y que iba a gobernar al sector más ingobernable, independiente, dividido e inconforme, los artistas. Y tuvo razón en una gran parte. Cuánta tristeza nos ha producido ver a deportistas o abogadas ex ejecutivas de la Cámara de Comercio, -oficinas parásitas viviendo del sudor de los emprendedores- como ministras o ministros en un área de la que ignoraban todo y que ni esas personas valoraban.
Sin embargo, me pareció correcta la idea de aquel presidente con un gran matiz social en su plan de gobierno que el proceso 8000 le oscureció, de que a la cultura había que sentarla en la misma mesa junto con la justicia, la economía, la agricultura y con todos los demás campos del gobierno porque la cultura es la que siempre nos va a preguntar, ¿dónde está lo humano detrás de los barrotes de una cárcel, de los pesticidas, de los estados financieros?
En su definición más amplia la cultura, frente a lo biológico, es todo aquello hecho por el ser humano, pero, dentro de un ministerio de gobierno, se comprende como aquellas expresiones creativas a través de todas las artes y las actividades que contribuyen a edificar al ser humano. La felicidad por la asignación del ministerio de cultura a Patricia Ariza es por lo que ella trae a este gobierno: una vida dedicada a la cultura, a la creatividad, pero desde la otra frontera de la élite. Ella es contra cultura en el mejor de los sentidos y lo ha hecho desde su existencia misma como lo atestigua haber sido novia de Gonzalo Arango, el máximo exponente del Nadaísmo, una corriente artística, sobre todo literaria e intelectual de mediados del siglo XX, compartiendo con él la libertad de las uniones entre hombre y mujer, la rebeldía contra las tradiciones antioqueñas, el bipartidismo político y las actividades mercantiles que constriñen el espíritu. Estudió Historia del arte en la Universidad Nacional con un Doctorado Honoris Causa del Instituto Superior de Arte de Cuba y en 1966 fundó uno de los pilares del teatro y de la cultura en general del país, El Teatro La Candelaria con el maestro Santiago García en Bogotá; con cuyo montaje, Guadalupe años sin cuenta, constituye un hito estético en la historia del teatro colombiano.
No alcanza este espacio para narrar lo que Patricia Ariza y Santiago García representan para el teatro en Colombia y tampoco lo que ella independientemente de él ha sido como creadora e impulsora del arte para el movimiento feminista, para los desplazados, para los estudiantes y los artistas de las provincias más lejanas que han encontrado las puertas abiertas del Teatro La Candelaria y de la Corporación Colombiana de Teatro con su sala Seki Sano. Pero no puedo soslayar un hecho rotundo que retrata la determinación de esta mujer y su defensa por democratizar el arte haciéndolo accesible a todos los estratos sociales: la creación del Festival Alternativo de Teatro en Bogotá.
Cuando Fanny Mickey creó el Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá en 1988 lo hizo de una manera apabullante con una amplia parafernalia, su inclinación hacia lo internacional dejó muy poco espacio para el teatro colombiano. Se levantó un gran clamor nacional por parte de los pequeños grupos de teatro de Bogotá y de las provincias para que se les abrieran espacios donde mostrar sus trabajos que no fue escuchado por Fanny Mickey. Es ahí cuando Patricia hizo gala de uno de sus mayores actos de liderazgo, gestión y empatía por los desfavorecidos creadores -porque, solo un verdadero artista conoce la imperiosa necesidad de la expresión subjetiva-, creando de manera sencilla con la lucha de cada peso, el Festival de Teatro Alternativo –FESTA- que hoy por hoy sin el caudal de dinero, sin la cúpula elitista y sin el bombo con que arrancó el Iberoamericano, tiene mucha más solidez artística e institucional.
Un rasgo de la personalidad de Patricia, su más bello patrimonio ético, es el de la sensibilidad por los humillados y ofendidos, ninguno de los procesos políticos a favor de ellos y ellas les han sido indiferentes, tanto que ha sido una perseguida política; apoyó públicamente el movimiento de los jóvenes de la Primera Línea, al Proceso de paz, a los desplazados por la violencia, a las mujeres abusadas y tantas otras causas. No es obligación de ningún artista la inclinación hacia la ayuda al prójimo, pero cuando el arte se compromete con el pueblo tiene tal poder de seducción, inspira tanto respeto como los ojos sabios llenos de caminos de Patricia Ariza.
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