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Iván Duque, un títere en la línea de fuego

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Disturbios, pobreza y cortes de abastecimiento agotan en apenas 3 años el crédito del presidente más joven de Colombia, para muchos un político sin cintura ni fuste a la sombra de Álvaro Uribe

Por: Dagoberto Escorcia.

Iván Duque Márquez asumió la presidencia de Colombia en agosto de 2018, convirtiéndose así en el mandatario más joven en la historia del país. Tenía 42 años y había ganado las elecciones representando al Centro Democrático después de una segunda vuelta en la que obtuvo la confianza de más de 10 millones de ciudadanos. Superó a su opositor, Gustavo Petro, que había pertenecido a la extinta guerrilla del M-19 y era líder del partido Colombia Humana, que sumó 8 millones de votos, la cifra más alta obtenida por un candidato derrotado.

Duque cumplirá 45 años el próximo 1 de agosto y le quedará uno en la presidencia. No tendrá nada más que celebrar en el peor año de su mandato, con el país movilizado de sur a norte como nunca antes lo había hecho en protesta por las decisiones de su gobierno y en el que la pandemia provocada por la Covid-19 no ha servido para detener la rabia y desesperanza de los colombianos.

Abogado, escritor y político, casado y padre de tres hijos, con la única experiencia internacional de haber representado a su país en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) de 2001 a 2013, Duque está viviendo bajo el fuego de una Colombia que sangra por las heridas provocadas por el narcotráfico, las guerrillas, los paramilitares y la corrupción política. Un país que suma casi todas las plagas del mundo y donde urgía un presidente con peso propio, cintura y fuste político.

Después de las grandes marchas vividas en el 2019, Duque está sufriendo el momento más dramático en su tercer año de mandato. El pueblo se ha levantado contra él después que quisiera aplicar una reforma tributaria a la que acabó renunciando pocos días antes de aceptar la dimisión de su ministro de Hacienda.

Ninguna de sus decisiones ha logrado calmar los ánimos ni ha impedido que los colombianos se declarasen desde el pasado 28 de abril en paro nacional, con disturbios diarios y bloqueos en las principales vías y autopistas que están dejando a muchas ciudades sin alimentos ni artículos de primera necesidad. El país vive una situación insostenible, que ha llevado a congresistas estadounidenses a protestar por la brutalidad utilizada por la policía contra los manifestantes, en su mayoría jóvenes, y que ha provocado, según algunas fuentes, muchos desaparecidos y más de una veintena de muertos.

Duque no creyó en el Acuerdo de Paz con las FARC que le dejó en herencia su predecesor Juan Manuel Santos (2010-2018), y hoy son muchos los disidentes que han optado por volver al monte y a las armas, y muchos más los líderes sociales asesinados. Quizá por la influencia que sobre él ejerce el ex presidente Álvaro Uribe (2002-2010), su amigo, y una de las voces que más le apoyó en el camino de la presidencia y lo auxilia en la ejecución de muchas de sus discutidas y protestadas decisiones. La dependencia llega hasta el punto de son muchos los que consideran a Duque un ‘títere’ de Uribe.

«El ex presidente Uribe ejerce en el Gobierno una influencia que, aunque difícil de medir, no hace sino acentuar la imagen de debilidad de Duque». Así opina Marco Schwartz, hasta hace un año director de El Heraldo de Barranquilla, el periódico más importante de la Costa Atlántica. «Duque quiso que su mandato se recordara como el que impulsó el país a la modernidad y avanzó su equidad, pero es probable que pase a la historia como el que afrontó la protesta más sangrienta de su historia reciente», añade Schwartz.

Ajeno a la realidad

Entre los libros escritos por Duque hay uno que titula ‘IndignAcción’, en el que realiza una serie de propuestas de acciones para construir la Colombia del futuro. Seguramente, el presidente nunca imaginó que la indignación se volviera en su contra, lo que avala la teoría que pregonan muchos de sus críticos, que acusan a Duque de ser el claro ejemplo de un hombre equivocado que está en el lugar equivocado, y achacan sus errores a su incapacidad de liderazgo y a vivir ajeno a la realidad.

Duque no creyó en el acuerdo de paz con las FARC y hoy son muchos los disidentes que se han echado de nuevo al monte

«El cargo exigía carácter para decidir, inteligencia para atraer a los colaboradores más capaces y osadía para atreverse a ofrecer soluciones imaginativas. Duque carece de sustento electoral propio y le debe todo a Uribe. En suma, un mediocre rodeado de mediocres y controlado por un caudillo tan poderoso como peligroso. Colombia es un 747 en medio de un huracán y Duque, el piloto, es un cicloturista». Son palabras de Daniel Samper Pizano, escritor y periodista, y hermano del ex presidente Ernesto Samper (1994-1998).

Tampoco Alfredo Sabbagh, periodista y profesor-investigador del medio audiovisual, televisión y nuevas tecnologías en la Universidad del Norte, en la Costa del Caribe, que recientemente fue amenazado por grupos ultras, se muestra compresivo con el presidente. «Las pocas expectativas que generaba el mandato del joven ungido por el Centro Democrático se vieron rápidamente escamoteadas con una agenda esculpida a punta de espejo retrovisor, culpas dirigidas y nula autocrítica. Nunca Duque pudo conectar con una sociedad dividida que, y miren las paradojas de la historia, confluye en verlo como el ‘mandadero de Uribe’».

Las protestas, las críticas, el desmedido uso de la fuerza policial y la situación del país, que es víctima de una pobreza que alcanza a más de 21 millones de habitantes de los casi 50 que tiene Colombia -más un desempleo del 16,8 %- ha llevado al presidente Iván Duque a registrar niveles de desaprobación del 76% (el pasado febrero era del 59%), tras una encuesta publicada el 21 de mayo por Invamer Poll. También le ha costado la renuncia del Alto Comisionado para la Paz, Miguel Ceballos, por la intromisión de Álvaro Uribe en tareas propias de su cargo. No hay nada bueno para recordar en la historia de Duque como presidente de Colombia.

Tomado del portal EL CORREO


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