Es curioso cómo quienes se han adueñado históricamente del poder ahora se sienten incómodos cuando el pueblo, ese mismo que han menospreciado durante años, decide alzar la voz. Desde sus cómodas butacas en medios corporativos como los de Vicky Dávila, intentan sostener un relato que se les cae a pedazos. La calle, escenario de lucha, manifestación y reivindicación, nunca les perteneció, y hoy lo están comprendiendo con más claridad que nunca.
En los últimos meses, ha quedado demostrado que la derecha, junto con su maquinaria mediática, ha perdido el control de la narrativa política. Gustavo Petro, más fortalecido que nunca, ha logrado lo que tanto temían: posicionarse como un líder global. Y lo hará de nuevo, este mes de octubre, en la COP16 desde Cali, la capital del pacífico, cuna de la resistencia popular. Lo que sucede en Colombia trasciende fronteras, y por eso lamentamos informarles que el repunte de Petro no será un episodio pasajero. Lo que viene es aún más contundente.
Ahora bien, frente a la incomodidad que produce ver a un presidente que representa el sentir de más de 11 millones de colombianos, observamos reacciones desesperadas. El Consejo Nacional Electoral (CNE), como una pieza de ajedrez controlada por los mismos de siempre, se apresura a tratar de limitar, controlar y, si es posible, castigar a las fuerzas progresistas. Pero sabemos que esa jugada es predecible y refleja la agonía de un sector que ya no tiene el respaldo del pueblo.
La estrategia es clara: mientras la derecha se hunde en sus propias contradicciones, nosotros tomamos la calle con una fuerza que no pueden ignorar. La reciente caída de figuras clave como Luis Carlos Vélez no es coincidencia, sino el resultado de la unión de voces críticas que ya no toleran el periodismo complaciente, deseducador y parcial. La “gente de bien”, como les gusta autodenominarse, quedará nuevamente al descubierto, no solo por sus insultos y vulgaridades, sino por su incapacidad de aceptar que los tiempos han cambiado.
Pero vayamos más allá de los nombres y hechos concretos. Lo que ocurre en Colombia no es una simple confrontación entre izquierda y derecha. Es el renacimiento de un pueblo que, cansado de ser relegado y silenciado, ha decidido tomar su espacio en la historia. El acorralamiento de Uribe y la salida de periodistas que defienden intereses particulares son solo el inicio de un cambio irreversible. El 2024 ha sido el año en que, finalmente, la balanza ha empezado a inclinarse del lado de quienes defienden una verdadera democracia, una que no excluye a las mayorías.
Y mientras algunos medios como los de Dávila siguen intentando mantener la fachada de un statu quo que ya no existe, nosotros vemos un panorama distinto. Las manifestaciones de octubre, las movilizaciones populares, y la COP16 no serán simples eventos en el calendario. Serán recordatorios de que la calle, como bien dijimos, no les pertenece a los poderosos ni a los “periodistas” que actúan como sus portavoces. La calle es del pueblo. Y lo demostrará, una vez más, con una energía imparable.
Petro no solo ha convocado a los colombianos, sino al mundo entero, a Cali, para defender lo que realmente importa: la naturaleza, la paz y la justicia social. En este gran escenario global, Colombia se posiciona como líder en temas que trascienden lo local. Y mientras eso sucede, los detractores de siempre seguirán tratando de crear caos, de pintar un panorama apocalíptico. Pero lo cierto es que, con cada paso que damos, ese relato se desvanece.
En esta guerra mediática y política, hemos dejado claro que no nos quedaremos callados. Que las fuerzas progresistas cuentan con un pueblo dispuesto a defender lo que es suyo: su país, su democracia y su futuro. Así que, querida Vicky Dávila y compañía, pueden seguir intentando desprestigiar, desviar y tergiversar. Pero lo que está ocurriendo en las calles no es un performance vacío ni una simple reacción efímera. Es el resultado de años de lucha. Y ese proceso no se va a detener.
Nosotros seguiremos donde siempre hemos estado: en la calle, al lado del pueblo. Porque, al final del día, esa es la verdadera fuente de poder. Y cada vez somos más los que lo entendemos.