- Juan Martínez, autor, BBC Travel
Cuando aterricé en el aeropuerto Alfonso López Pumarejo, justo al sur de Valledupar, la capital del departamento del César, en el norte de Colombia, era la primera vez en 12 años que volvía al lugar de origen de mi padre.
El intenso calor tropical me golpeó como un maremoto, empapándome de sudor en el momento en que salí. Tal vez me molestaba menos cuando tenía 16 años, pero desde entonces me he acostumbrado al clima fresco de Alemania.
“¡Aquí señor, aquí!”. Una docena de taxistas competían por mi carrera desde el momento en que puse un pie en la acera tras la puerta de llegadas.
Desesperado por escapar de la cacofonía, busqué refugio en el taxi más cercano y, con la radio a todo volumen, comenzamos el viaje de una hora hacia el sur hasta Codazzi, la población natal de mi padre.
Con las ventanillas bajadas, el denso calor colombiano llenaba el taxi y chocaba con las enérgicas notas de vallenato, la música folclórica tradicional del norte de Colombia.
La voz que salía de los parlantes era la de un hombre que intenta desesperadamente recuperar el corazón de su amor perdido. Sus letras desoladas – “¡Vuelve mi amor, vuelve!”- eran acompañadas por las notas afiladas de un acordeón.
“La gente aquí no cuenta historias, las cantamos con el sonido de los acordeones”, dijo con una sonrisa Emilio, mi taxista, mientras subía el volumen y comenzaba a cantar.
Incluso sin el sonido del acordeón llenando mis oídos, era difícil perder su influencia. Las calles del César estaban llenas de murales y monumentos que representaban el instrumento plisado, y sus melodías sibilantes parecían irradiar desde cada ventana abierta.
A mi padre siempre le encantó el vallenato, así que no me sorprendió descubrir que era la banda sonora de la casa donde pasó su infancia.
Lo que es sorprendente, sin embargo, es que la fuerza que impulsó la aclamada música folclórica colombiana no es para nada colombiana: es alemana.
Marineros alemanes
El acordeón viajó a Colombia a mediados del siglo XIX a bordo de buques mercantes alemanes que llegaron a La Guajira, el extremo más al norte de Sudamérica. Los marineros alemanes intercambiaron sus instrumentos musicales con colombianos a cambio de comida y otras mercancías.
Cuando los alemanes zarparon hacia su hogar, sin saberlo, dejaron atrás los cimientos de lo que sería un duradero legado: los trovadores locales no tardaron en incorporar el acordeón en sus repertorios, y los poetas colombianos hicieron lo mismo.
Pronto, el acordeón se convirtió en un instrumento de conjunto. Los músicos combinaban su distintivo sonido con instrumentos locales como la caja (una versión colombiana de un bongó) y la guacharaca (un instrumento de madera estriado que frotas con un tenedor para producir un sonido vibratorio), reemplazando a la gaita (flauta colombiana) como el instrumento principal en la música folclórica.
Aunque los acordeones franceses e italianos también llegaron a Colombia, fue el acordeón diatónico de la marca alemana Hohner el que mejor se adaptaba al tono vocal promedio del cantante colombiano.
Los ritmos alegres y las letras poéticas del vallenato rápidamente atrajeron a un gran público y hoy, más de 150 años después de su llegada al país, el acordeón alemán se ha convertido en una parte fundamental de la narrativa colombiana.
El escritor ganador del premio Nobel Gabriel García Márquez se declaró un gran admirador del género, e incluso calificó su obra maestra “Cien años de soledad” como “un vallenato de 400 páginas”.
Hoy, los niños de algunos lugares de Colombia piden acordeones para Navidad.
Protagonista de leyendas
Mientras mi primo Cocho y yo tomábamos Scotch -una bebida sorprendentemente común en esta parte del país- frente a su casa en Codazzi, más de una docena de vecinos se detenían a saludarnos, y algunos incluso se sentaban para compartir una bebida y una historia. .
“¿Sabías que Francisco ‘El Hombre’ derrotó al diablo tocando el acordeón?”, preguntó uno mientras me llenaba el vaso. “Por supuesto. Era el mejor acordeonista de la historia”, respondí, recordando las muchas veces que mi padre me contó la historia cuando era niño.
El músico de vallenato regresaba a casa desde la ciudad de Riohacha en la costa de La Guajira cuando el diablo apareció y lo desafió a un duelo de acordeón, que ganó Francisco. Es solo uno de los muchos cuentos fantásticos regionales protagonizados por acordeonistas.
A la mañana siguiente seguí a mi familia al este de la ciudad hasta las orillas de un río, donde los habitantes de Codazzi se reúnen frecuentemente para almorzar sancocho, una sopa hecha con carne de cerdo, ternera, pollo, papa y plátano.
A la sombra de los árboles de mango, las familias se arremolinaban alrededor de los cuencos y las tablas de cortar, y sus caderas se balanceaban siguiendo las penetrantes melodías de vallenato que salían de las radios portátiles.
“¡Sube ese volumen!”, exigió mi abuela de 83 años, mientras sus manos empuñaban hábilmente un cuchillo de cocina que acababa con una papa tras otra. Parecía que todos competían por el título del más ruidoso y el más festivo.
‘Piquerias’
Más tarde aquel día me junté con mi primo Daniel para nadar en el río. “No puedes irte de Codazzi sin asistir a una ‘piqueria‘[un ‘duelo’ entre dos acordeonistas]”, me dijo mientras flotábamos tranquilamente en el agua. “Déjame llevarte esta noche”.
Podía escuchar el sonido de los acordeones incluso antes de entrar al lugar. La gente vitoreaba mientras las manos de los músicos volaban por encima de las teclas, liberando una compleja serie de notas mientras le transmitían vida al instrumento con el empuje rítmico de su flexible cuerpo.
Cuando un concursante finalizaba, su competidor respondía con un verso aún más complicado en un intento de burlarse de su oponente.
Aunque se trataba de una competición entre aficionados, se notaba que los contendientes habían tocado acordeón durante toda su vida. De una manera tan natural como respirar, los músicos llenaban los cuerpos de los acordeones con aire y lo expulsaban para lanzar frases musicales con detalle que deleitaban al público.
César no es el único departamento que celebra los sonidos del acordeón: el vallenato se ha extendido por todo el país.
En 2015 entró a formar parte de la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO, y los colombianos celebran su amor por la música cada primavera en el Festival de la Leyenda Vallenata.
Fui criado entre el vallenato, incluso estudié acordeón cuando era niño. Pero después de vivir en Alemania por más de ocho años, mi aprecio por el género había disminuido. Varios días después, cuando tomé mi vuelo de regreso a Europa, los sonidos de los acordeones aún resonaban en mis oídos.
Esta vez, tendré más cuidado de no dejar demasiado atrás esta parte de mi cultura.