LA TRAVESÍA DEL PUEBLO COLOMBIANO
Por: LUCERO MARTÍNEZ KASAB. Magister en filosofía.
Hay un relato antiquísimo que ilumina con sus más de cinco mil años la situación de los pueblos cuando son oprimidos por un régimen, es el esclavizado saliendo de Egipto hacia la tierra prometida. Es un mito que se volvió credo cristiano y su carácter metafórico permite ser interpretado por aquellos que buscan una mejor vida en cualquier geografía y en algún momento del tiempo. Los pueblos resisten un régimen hasta que consideran que se volvió injusto. ¿Cuánto puede durar? Todo lo que la gente esté en capacidad de soportar…, Colombia lleva dos siglos de sometimiento y en los últimos años, ya cansado, inició su travesía por el desierto para llegar a una tierra prometida.
Desierto y tierra prometida son dos lugares fijados en el inconsciente colectivo de la humanidad. El desierto es soledad, aridez, hambre y muerte. La tierra prometida es leche, miel, agua, compañía…, vida. ¿Cuántos desiertos vivimos y cuántas tierras prometidas tratamos de alcanzar durante toda la vida guiados por una ilusión? ¿Pero qué pasa cuando hasta la utopía nos la quitan?
La utopía nace de la insatisfacción por el desprecio, la esclavitud, la humillación impuestos por otros. Paralelamente crece un sentimiento de optimismo por alcanzar el esplendor en otra latitud o de otra manera. Sin embargo, desde los centros del pensamiento europeo se fue difundiendo la idea de que los grandes relatos de la humanidad de nada servían. Que la igualdad, la fraternidad, la libertad que no se alcanzaron en el Siglo XX no merecían ser soñadas mientras que los poderosos vivían el capricho de los diamantes, de las drogas, del gasto del dinero hasta la náusea. Nos quitaron los sueños dejándonos en la oscuridad del desaliento que nos impide imaginar un mundo de humanos felices. Inducidos los colombianos por los opresores de que es inútil concebir una mejor vida, que no vale la pena que se arriesguen a atravesar el desierto, que nos aguantemos la esclavitud porque, no hay tal tierra prometida los jóvenes –tan frágiles, tan fuertes-, deciden quitarse la vida para ahorrarse una eternidad de sufrimiento.
La desaparición de la juventud es el precio que estamos pagando los colombianos al quedarnos sin esperanza porque, no sabemos vivir en la finitud, tenemos deseo de eternidad como lo dice el filósofo boliviano Rafael Bautista Segales: el humano es una finitud atravesada por la infinitud, por eso todo lo que hace y vive quiere que le dure eternamente. De ahí la importancia de la utopía porque, impele a avanzar siempre con el pecho lleno de esperanza y, entre más sojuzgado se viva más se busca la ilusión o más se busca la muerte. Estas elecciones presidenciales del domingo 29 de mayo de 2022 en Colombia son un aliento para terminar de pasar el desierto dejando atrás un lugar que nos ha dejado moribundos.
De las armas poderosas de un pueblo oprimido está la resistencia secreta que va socavando al poder totalitario. Desde la época de la persecución de los cristianos por el imperio romano la gente crea códigos, santo y seña para reconocerse entre ellos mismos frente al poder avasallador; esconden y salvan a los líderes revolucionarios, a escondidas dan de comer y curan a los héroes. Nada ha cambiado a la Colombia de hoy. Mientras los dominadores exhiben soberbios sus propagandas políticas en sus carros, coartan la libertad del voto de los empleados y patrullan las calles para cazar a quienes piensan diferente, la gente popular está unida en silencio por el deseo profundo de derrocar un régimen que ha abusado hasta el exterminio de la misma población. No renuncian al ideal de vivir de lo cultivado con sus propias manos en la tierra que siempre fue de ellos, ni a la libertad de estudiar lo que aparentemente no da dinero según el neoliberalismo, ni tampoco a dejarse gobernar más por leyes que los condenaron a una mala vida. Estamos llegando a unas elecciones donde las madres y los padres cargando los cuerpos de sus hijos muertos ayudan a toda Colombia a alcanzar la quimera de un gobierno popular, una tierra prometida anhelada desde siempre.
Sea el momento para advertir, si llega al poder esta corriente progresista, que la tentación por copiar el modelo de vida del anterior régimen es muy alta. Se produce el ascenso social, se sale de la pobreza y, si no hay temple, se les dispara el consumismo, el egoísmo, la frivolidad tomados como la reparación por las carencias sufridas.
Que el manejo del Estado con sus instituciones goce de funcionarios idóneos y éticos en el área requerida para que no se produzca un caos por inexperiencia. Que se estudien bien las alianzas con la oposición porque pueden terminar devorando el proyecto progresista. Que la formación política, económica, social de los nuevos líderes se lleve a cabo en nuestro país bajo el concepto de la independencia ideológica de los Estados Unidos, que siempre ha tenido a Colombia y a América Latina sometida a sus intereses, razón por la cual ha desestabilizado los movimientos revolucionarios en cualquiera de los países que han intentado desligarse de ellos.
Más que nunca el bloque popular deberá mantenerse unido porque los fracasos de los gobiernos de izquierda o progresistas traen como consecuencia el retorno de la derecha recargada, más incisiva, más cruel y, ahí sí, una vez montados en el poder nuevamente, el movimiento progresista sufrirá el mismo castigo que los esclavos contra el imperio romano liderados por Espartaco: seis mil fueron crucificados junto con él en la Vía Appia que une a Capua con Roma en una extensión de doscientos kilómetros. Poco le importará al movimiento neofascista colombiano saber que estamos en una república y no en un imperio esclavista.
La nueva corriente política en el poder deberá luchar por una unión nacional que concientice a las nuevas generaciones de la importancia de una re significación del desarrollo, la democracia, la igualdad, la libertad y la fraternidad a partir de la realidad de que la Naturaleza es finita, que es sujeto y, que el ser humano no es una cosa explotable. Atravesar el desierto significa también construir con las propias manos, si no se llega a encontrar, la tierra prometida.
luceromartinezkasab@hotmail.com
Excelente analogía con la situación del pueblo hebreo esclavizado por los egipcios y los colombianos de hoy esclavizados por las élites, la corrupción y la inequidad. En el relato bíblico, Dios envía a Moisés a convencer al Faraón de liberar a su pueblo pero no lo lograba, hasta que muere su propio primogénito.
No todo fue un camino de rosas tras obtener su libertad, les tocó vagar 40 años en duras condiciones mientras hayaban la Tierra Prometida. Hoy Petro encarna esa esperanza del inicio de una vida mejor, ojalá sean más los que confiemos en él y no haya necesidad de enviar más plagas para salir de ésta esclavitud.
Gracias por su columna.