Por: LUCERO MARTÍNEZ KASAB (@lucerokmartinez). Magíster en Filosofía.
Cuando la derecha política de América Latina entronizada en el poder comenzó a darse cuenta que desde las entrañas del pueblo surgían líderes que les disputaban el control de los países empezó, peyorativamente, a descalificarlos a ellos y a sus movimientos ideológicos, llamándolos “mesiánicos”; que en su significado negativo denota la creencia ciega en un benefactor capaz de lograr un nuevo orden de las cosas aludiendo a Moisés, el profeta que sacó de Egipto a su pueblo esclavizado, según relata míticamente la Biblia.
Pero, los desprecios ideológicos de un bando no inciden en los procesos políticos del otro que obedecen a fuerzas profundas surgidas de las masas, buscando la cristalización de una ilusión sin apenas conceder importancia a las ofensas de los adversarios. Y, el mesianismo, en su acepción positiva, siempre se hará presente cuando un pueblo busque su salvación.
El 28 de abril de 2021 irrumpió en Colombia una protesta popular que, a los dos meses de su inicio es ya una explosión social convertida, por el gobierno de Iván Duque, en un campo de exterminio de los manifestantes que se han resistido a los abusos tributarios que este quiere imponer a las clases menos favorecidas que ya padecen desempleo, falta de oportunidades de educación y, en general, de acceso a las condiciones que permitan una vida relativamente placentera. Una protesta liderada por los jóvenes humildes que, por el sufrimiento en carne propia tomaron conciencia que este gobierno, la élite que representa y la inmoralidad con que juega a la democracia, los condenan a una vida desdichada.
Todo comenzó en Resistencia, más específicamente, Puerto Resistencia, un barrio marginado de la ciudad de Cali, la tercera ciudad de Colombia que antes de la aparición del narcotráfico en los años ochenta del siglo XX estaba envuelta en un halo de elegancia entre el nivel notable de su cultura cívica, artística y económica. Tanto, que le ajustaba el nombre de “La sucursal del Cielo”. Era alegre, respetuosa, acogedora, fresca en la noche por los vientos que bajan de la cordillera Occidental y, muy verde, por las aguas del río Cauca que forma ese valle esplendoroso donde siempre se quiere vivir. Hoy, se respira una gran desolación.
Hay un desconsuelo en mitad de la algarabía y la música inherentes a los jóvenes del Valle del Cauca sumidos en la bancarrota económica y moral mientras el narcotráfico va formando una subjetividad delictiva, ramplona, superficial que anula los referentes sensibles necesarios para cualificar los principios éticos que deberían regir la convivencia de los humanos. Resistencia, es la muestra de Colombia; así, hay barrios en todo el país donde se ha instalado la pobreza en medio de un territorio riquísimo en su diversidad natural.
Y, como los campesinos que se alzaron contra Napoleón de España, los obreros contra el zar de Rusia los muchachos y muchachas de Colombia defienden el sagrado derecho de expresar su inconformismo a punta de sus entrañas y de sus manos contra pelotones siniestros de hombres amurallados mandados por el gobierno represor. Son las mujeres y varones jóvenes los sujetos históricos que han encarnado la crítica y la posible transformación en Colombia.
Esa juventud ha dado un paso psicológico inconmensurable detrás de sus acciones frenteras en las calles: ha creído en sí misma. Compartiendo un espacio existencial, el de la lucha por la libertad, se han unido youtubers, twiteros, universitarios, bachilleres, desempleados, docentes, periodistas, abogadas, enfermeras, entre decenas de profesiones y oficios despreciados por la élite política; son los mesiánicos de Colombia. Mesiánicos, porque son héroes que dan la vida por la vida de su pueblo enfrentándose a un poder que ya no es gobernante sino dominador.
Cuando el pueblo –el bloque social de los oprimidos del que hablara Gramsci-, cree en sí mismo se establece un consenso opositor necesario para acabar con la inequidad del orden vigente, pero, antes, es necesario que se dé una toma de conciencia general dentro de los oprimidos, esa es la que ha surgido entre los jóvenes de Colombia y que el gobierno de Iván Duque no tolera de manera inconstitucional y, además homicida, al permitir que el Esmad y la policía disparen a mansalva a los manifestantes. A Duque le espera un orden jurídico global que le hará pagar este manejo sangriento de la justa protesta de los colombianos.
Los mesiánicos de Colombia están dando la vida por la libertad, la igualdad y la fraternidad que la Modernidad no le cumplió al mundo al dejarse llevar por el egoísmo velado del liberalismo que ensalza a más no poder al individuo en desmedro de lo más preciado para la supervivencia en la Tierra, la colectividad. Las muchachas y muchachos mesiánicos de Colombia encarnan la crítica política y el poder de la unión en beneficio de la vida de todos; ese “todos” que el uribismo desprecia en su arrogancia sectaria y, que un sector conservador todavía no entiende por temor a perder lo que pronto ya estará perdido con unos años más del uribismo en el gobierno.
Los jóvenes están llevando a Colombia al futuro integrando a la mujer, a los afros, a los indígenas, a los homosexuales a todos los excluidos a una misma nación. Muchos sectores no se dan cuenta de esto porque los domina la concepción individual del ser humano. Dejémonos salvar por la juventud mesiánica, porque están muriendo por todos nosotros.
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