Por: LUCERO MARTÍNEZ KASAB. Magíster en Filosofía
En la época universitaria llegamos a ser un grupo que, como grupo de jóvenes, no le quedamos debiendo casi nada a la vida y menos a la Barranquilla de aquellos años porque, hicimos nuestros todos los acontecimientos intelectuales, políticos, fiesteros, sentimentales, laborales que la ciudad ofrecía; no le sacamos el cuerpo a nada, nos sumergimos en nuestro tiempo con la plena conciencia de que había que vivirlo plenamente.
Alcanzamos a cruzar a pie en la madrugada sin sentir miedo el extenso campo de golf ubicado en la mitad de la ciudad –antes de que lo volvieran cemento- cuando salíamos de las fiestas disfrutando la brisa que batía nuestros vestidos y cabellos. Recorríamos los boulevares sembrados de altas bongas que con sus flores perfumaban cuadras enteras acompañándonos hasta el cine club, regresándonos a nuestras casas de noche también a pie para conversar por el camino sobre la música, el tema, los diálogos, la fotografía de las películas. Fuimos enfermeros cuidándonos los unos con las otras cuando las familias se fueron desintegrando y de pronto no había madres ni padres sino casas con las neveras vacías. Agotado el dinero estipulado para el estudio conseguíamos pesos de más dándoles clases de refuerzo escolar a niños o vendiendo cursos de inglés que no vendimos ninguno. Participamos en el único paro de estudiantes que se le ha hecho a esa universidad privada como si fuera pública tomándonos el salón principal para sentar a las directivas en la mesa y entregarles nuestras peticiones, ellas acudieron, nos dieron merienda, a los dos días los estudiantes promotores de semejante irrespeto fueron echados de la universidad. Como la gran mayoría de nuestra generación partíamos hacia Cañaveral en el Parque Tayrona cerca de Santa Marta a dormir en las arenas frente al mar, debajo de millones de estrellas.
Cumplimos el deber sagrado de cualquier joven en la Costa: entrar a la locura del Carnaval un sábado y salir cuatro días después con el sentido del tiempo y del espacio perdidos en las verbenas, en la Batalla de flores, en el Festival de Orquestas, en el entierro de Joselito. Juntamos tres amaneceres bañados en maicena muertos de risas en una esquina; bailamos con la música eterna de Joe Arroyo, Celia Cruz, Alfredo Gutiérrez, Aníbal Velásquez en el Coliseo Cubierto que creíamos se vendría abajo de tanta gente brincando y bailando sin una sola pelea, sin una sola botella partida…, un paz y amor…, un Woodstock costeño que, hay que decirlo, se ha ido borrando con la cultura del narcotráfico…, excúsenme romper el encanto, el mismo que se quebraba cuando abríamos los ojos el Miércoles de Ceniza con la tristeza de volver a la realidad. Habíamos vivido un mundo de fascinante que el mismo humano desde tiempos antiquísimos se encargó de volver prosaico.
Pero, nos quedaba el fútbol de los domingos por la mañana en cualquier parque cercano a nuestros barrios. Los jugadores eran ellos, nosotras a hacer barra, éramos felices cuando se terminaba el partido cocinando entre todos el sancocho de costilla que estaba listo a las tres de la tarde cuando a los jugadores no les cabía una botella más de cerveza. Entonces, surgió la idea de un equipo de fútbol de nosotras, las mujeres, uno de los muchachos, creo que el mayor, se ofreció como entrenador; así, acudíamos a entrenar al parque después de las seis cuando acabábamos las clases en la universidad; ahora eran ellos nuestros porristas y lo hacían gustosos, la igualdad de sexos crecía entre los jóvenes.
Yo, iba feliz a los entrenamientos. Amé el futbol desde cuando veía los partidos con bola de trapo de mis amiguitos de cuadra en mitad de las calles y quedé prendada cuando mi padre me mostró aquella selección brasileña del Mundial México 70 con Pelé, Tostao, Jairzinho, Gerson no nos perdimos un solo partido hasta que estallamos de felicidad con aquella final inolvidable de Brasil contra Italia. Brasil ganó por tercera vez consecutiva un mundial llevándose la Copa Jules Rimet; mi padre reía, gritaba, brincaba fue una tarde inolvidable.
Entonces, fuimos ante el rector -el mismo que había disuelto el paro estudiantil- la ingenuidad de los años maravillosos nos hizo ir cándidamente a solicitarle respaldo para un equipo femenino de futbol, una iniciativa tan audaz para un rector troglodita como Ramón Jesurum, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol; nos dio un no rotundo mandándonos a estudiar.
Hoy, sentimos una gran alegría al ver a esas jóvenes de la Selección Sub 17 de fútbol colombiano disputando una mundial. Jugar futbol no era mi sueño, pero reconozco en los de ellas el mío: encontrar un lugar en la Tierra para hacer algo que me gustara por sobre todas las cosas, aunque no me pagaran; solo por el placer inmenso de hacerlo. Y, si me sentí frustrada unas horas porque mi pequeño deseo de jugar fútbol solo lo logré durante una semana, me imagino el sufrimiento de tantas mujeres trapeando, barriendo, cocinando sin tregua, rutinariamente, criando los sueños de los hijos y nietos mientras en silencio hubieran querido vivir otra vida.
En Ramón Jesurum, varón, blanco, adinerado, presidente de la Federación Nacional de Fútbol y los comentaristas deportivos que se le parecen, está la barbarie masculina sometiendo a la mujer. Jesurum no oculta su enojo, siente el avance de las jóvenes futbolistas como una intromisión a su reino masculino, entonces, les niega el reconocimiento, pone límites, cuando lo que el mundo está pidiendo es romper el círculo infernal de la segregación, amplitud para que las nuevas propuestas puedan expandirse, espacio para que aparezcan las realidades de otros seres humanos.
En el extremo opuesto está otro hombre, un jugador formidable, que siempre se expresa sin cortapisas con la más absoluta sinceridad de los que nacen y se crían frente al mar, el Pibe Valderrama, dueño absoluto de la cancha de fútbol cuando juega un partido quien, con gallardía, ante la irrupción de estas jovencitas les abre espacio ¨esas pelás juegan mucho…, que les den los premios, él (Jesurum) dijo que no les iban a dar nada, ellas se lo ganaron…, estoy esperando el afiche de ellas, es histórico…¨
La sociedad se mejora cuando las generaciones mayores son capaces de asimilar los sueños de las nuevas acogiéndolas, identificándose con sus deseos y angustias, ayudándoles a concretar las aspiraciones. Las veremos en la final este domingo con ese juego bonito como el Brasil de nuestros amores de México 70.
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