Por: Celso Tete Crespo
Comunicador, periodista e influenciador político.
Escribo esta columna a menos de 1 día de la segunda vuelta presidencial que se llevará a cabo este 19 de junio de 2022 y que definirá al nuevo Presidente de Colombia. Los clasificados para esta recta final son: Gustavo Petro y Rodolfo Hernández.
El rumbo de un país que no soporta más la indolencia de una clase política maléfica y bellaca lo sortearán más de 39 millones de electores, en 81.925 mesas y 11.034 puestos de votación en el país.
Por un lado, tenemos a Gustavo Petro, quizás el líder de izquierda progresista más importante de la historia de Colombia, que ha tocado los callos más profundos de un poder enquistado hace 1 siglo y que hoy se ve amenazado seriamente por primera vez en su historia.
Pero, ¿por qué se ve amenazado el poder corrupto con Petro?
Es entendible que la clase política tradicional, que ha heredado el poder desde las épocas coloniales, le tenga pavor a una figura popular como Petro, quien destapó el escándalo de la parapolítica en las épocas dulces del gobierno Uribe, donde el 35% del Congreso cayó preso gracias a su debate, o que le tenga recelo al tipo que denunció el carrusel de la contratación que desangraba a Bogotá, donde salieron salpicados los mega-contratistas más prestantes del Estado, esos mismos que financian hoy las campañas en todas las esferas políticas de la derecha rancia colombiana, o que le tengan pavor al hoy candidato que denunció el escándalo de Odebrecht, donde se repartieron 51 millones de dólares en coimas entre los Gobierno de Uribe y Santos. ¡Claro que les genera miedos la llegada de Petro a la Presidencia!
Por el otro lado, o en la vereda de enfrente, tenemos a Rodolfo Hernández, un desparpajado y vulgar personaje, populista, admirador de Hitler, machista, violento, soez, empresario millonario, exalcalde de Bucaramanga, hoy imputado y ad portas de un juicio por corrupción en su administración de la capital santandereana. Un desconocedor absoluto del funcionamiento del Estado y en cuya candidatura escamparon: Uribe, Duque, los “quemados” Federico Gutiérrez, Char, Enrique Peñalosa, María Fernanda Cabal, junto a ellos los 45 clanes de corrupción tradicionales a lo largo y ancho del país más todo un establecimiento mediático que se volvieron partícipes activos de su campaña.
No hay que ser petrista para entender que Gustavo Petro, por su preparación académica, por el conocimiento abundante de Colombia y de sus flagelos, por lo que logró en su paso por la Alcaldía de Bogotá, por su inteligencia, su elocuencia, serenidad y por su carrera política, es la mejor y la única opción posible hoy para dejar los cimientos de una era del cambio, de paz, de progreso y de lucha frontal contra la corrupción en Colombia.
No hay que ser petrista, sino tener activado el sentido común para respaldar al hombre que se ha convertido en la esperanza de los marginados, de los indignados, de los olvidados, del ciudadano de a pie, de las luchas feministas, del pueblo afro, de los artistas urbanos, de la clase trabajadora, de las madres cabezas de hogar, de los educadores, de la juventud e, incluso, de altas esferas sociales y empresariales que hoy lo apoyan, porque son conscientes de que Gustavo Petro le presenta al país un programa liberal, social-demócrata, con unas propuestas vanguardistas que no representan, bajo ninguna circunstancia, un peligro para sus intereses, sino todo lo contrario: progreso para todos y todas.
No hay que se petrista para entender que el país ya tocó fondo, que más de 22 millones de colombianos sumidos en la pobreza y que el hecho de que el 75% de los trabajadores estén hoy en la informalidad, lo describen.
Como bien decía Octavio Paz: “Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo… del miedo al cambio”. No nos dejemos inyectar el veneno del miedo al cambio.
No hay que ser petrista, se trata de respaldar al candidato que representa la esperanza de millones: Gustavo Petro Urrego.
Celso Tete Crespo