Petro, el Hombre Utopía
El presidente Petro no es Laura Sarabia, no es Hollman Morris, no es Benedetti, no es Roy Barreras, no es su hijo Nicolás, tampoco es Francia Márquez, y mucho menos es Olmedo López. No es María José Pizarro ni su padre, no es Verónica Alcocer, no es Guillén, no es Levy Rincón. Tampoco es Murillo ni Juan Fernando Cristo. No es sus ministros ni las entidades que el gobierno administra. Tampoco es el enemigo número uno de los uribistas.
El presidente Petro no es Carolina Corcho, ni Daniel Quintero, ni Caicedo. No es Maduro, ni Chávez, tampoco Macron ni Putin. No es Iván Velásquez. El presidente Petro realmente es una idea, una utopía que nos atraviesa a todos desde su forma de concebir, administrar y proyectar sus políticas.
Estas políticas se erigen en el culmen y punto más alto de su existencia como valores, visiones del mundo, compromisos y verdades indisolubles, fortaleciendo las relaciones sociales enmarcadas y regidas por el valor superior a todos: la justicia. Esa justicia que no gusta a algunos que han ocupado su lugar y la disfrazan de discurso de miedo y socialismo para impedir que cumpla su propósito.
La justicia, en esencia, es el instrumento que garantiza el bienestar para la gente. Pero ellos, los que siguen a Uribe como líder, solo tienen como herramientas el odio y el miedo. Su narrativa pobre y atrasada, su visión del mundo temeraria y pendenciera, busca enemigos dentro de su misma sociedad, cegando a quienes tienen la posibilidad de administrar recursos. Engordan su codicia y mitigan el remordimiento de pensar en sus semejantes, negándose a irradiar el valor supremo de la justicia por encima de las tierras, campos, bosques y aguas de Colombia.
En el mundo de los uribistas, sálvese quien pueda. Según ellos, el que es pobre es porque quiere, y se vuelven prisioneros de la vanidad por la conservación de los bienes y la propiedad privada. Llevan una vida hermética y vacía que ni las hamburguesas, ni las Toyotas, ni las mansiones y yates pueden llenar.
Petro tampoco es una hipérbole o una melodía que exalta las vanidades y que, como el reguetón y sus artistas, le canta a cosas inexistentes, a aparatos, a cadenas de oro, relojes o autos que ni siquiera con la ayuda de la inteligencia artificial podrían llegar a pensar, como así quisieran algunos.
Petro no es solo una política. Es, en esencia, un hombre utopía: un hombre que busca y piensa en esos viejos que hoy duermen con la boca abierta en cualquier parque, con pocos dientes y sin ninguna moneda para desayunar.
Petro es la utopía que acompaña y fortalece a la madre que, llena de miedo porque no existe el porvenir, trae la vida al mundo. Petro es, al final, una propuesta que incomoda a quienes se sienten dueños del país, porque pone sobre la mesa la idea de que Colombia puede ser diferente, más justa y solidaria.
Es la promesa de que los olvidados de siempre tendrán un lugar, de que los recursos no son privilegios de unos pocos, sino derechos de todos. Podrá ser criticado y atacado, pero en su esencia, Petro no es un hombre, ni siquiera un gobierno: es la chispa de un cambio que ya no puede detenerse, porque ha sembrado en muchos la certeza de que otro mundo es posible.
Petro es un hombre utopía.
Por: Samuel Kaputt