Por: Andrés Felipe Giraldo L. (@andrefelgiraldo).
Publicado originalmente en el portal linotipia.com
“El centro”, que es una forma decorosa para llamar a las personas y movimientos que están conformes con el status quo, pero a quienes seguramente les mueven intereses nobles como la lucha contra la corrupción, el respeto por los derechos de las minorías y los Derechos Humanos, la reivindicación de la Constitución de 1991 y la defensa de los acuerdos de La Habana, entre otros, han empezado a destapar sus cartas de cara a las elecciones de 2022. En primer lugar, es claro que ninguna de las personas que lideran dicha coalición quieren algún acercamiento con la campaña de Gustavo Petro. Está bien, porque la distancia ideológica entre la Colombia Humana y el llamado “centro”, no es menor.
Los políticos que lideran la coalición de “centro” tienen características similares. Son políticos de carrera que han ocupado cargos públicos y en su mayoría vienen de los partidos tradicionales. Juan Manuel Galán, Juan Fernando Cristo y Humberto De la Calle vienen del Partido Liberal. El senador Jorge Enrique Robledo acaba de desprenderse del Polo Democrático y ha fundado su propio movimiento llamado “Dignidad”, nombre extraño, teniendo en cuenta que tendrán que ser una fuerza débil y minoritaria dentro de cualquier coalición que ni siquiera será de izquierda. Sergio Fajardo, que tiene su propio movimiento regional llamado Compromiso Ciudadano, pero que se vale del Partido Verde cada vez que necesita un aval. Y, por supuesto, algunos directivos del Partido Verde, que se han tomado la vocería de todo el movimiento, incluso de aquellos que quisieran una coalición más amplia. Para nadie es un secreto que en el Partido Verde han decidido llamar “diversidad” o “disenso” a su despelote interno y su falta de coherencia política, y que de todas maneras las decisiones de partido se reducen a tres o cuatro personajes, sin importar que los demás pataleen. Estas personas no se distinguen particularmente por su arraigo popular o por sus luchas contra el establecimiento. Por el contrario, están dentro de esas élites estrechas y privilegiadas que han gobernado a Colombia durante los últimos 200 años. Incluso Robledo, que posa de revolucionario, pero que desde la campaña presidencial de 2018 ha cedido las banderas del MOIR a causas menos revoltosas y mucho más acomodadas.
Así pues, “el centro” representa a una Colombia mayoritariamente patriarcal, blanca, cómoda y privilegiada, que ha bebido de la fuente del erario público gran parte de su vida, y que no talla a los grandes grupos económicos porque no propenden por cambios significativos que afecten a la banca, a las grandes empresas o a los terratenientes que se han hecho dueños del campo en Colombia. En otras palabras, el llamado “centro” es esencialmente proestablecimiento, responde a los intereses de los poderosos y más allá de algunos cambios cosméticos y algunos ajustes institucionales, no tienen entre sus planes llevar a Colombia hacia políticas redistributivas más agresivas o hacia horizontes especialmente enfocados en los más pobres o vulnerables. Sin embargo, es claro que son hábiles para hacer componendas políticas y mover al electorado, para maquillar de juventud las viejas costumbres políticas y para aparentar que sus privilegios son méritos. Seguramente a esta coalición llegarán politiqueros redimidos como Rodrigo Lara, quién se valió de Cambio Radical y todos sus vicios para escalar en su carrera política, y el proyecto urbano-clientelista de Carlos Fernando Galán, cuyo hermano Juan Manuel ya está poniendo la firma en la coalición de “centro”.
Es grato saber que las fuerzas políticas tradicionales en Colombia han encontrado un eje de convergencia que tiene dos puntos en común: La defensa de los acuerdos de La Habana y un marcado antipetrismo. Por lo menos así establecen algún viso de identidad, porque hasta ahora definir al “centro” no pasa de vaguedades, lugarcomunes de cualquier movimiento demócrata-liberal y metafísica política. Además, a estos dos pilares se suma un tercer elemento: que hacen parte y favorecen al establecimiento porque han vivido de él. Pero están vacíos de pueblo.
Como se puede notar, en las reuniones en las que se busca armar esta coalición de “centro”, no hay más que políticos. Están ausentes las bases campesinas y trabajadoras, no se ve representación de minoría étnica alguna, y la Colombia profunda, vulnerable y víctima de la violencia rural está totalmente relegada. Mientras asesinan líderes sociales y ambientales a diario, las discusiones se centran en si Fajardo entra o no al Partido Verde. Mientras caen los desmovilizados de las FARC, “el centro” divaga en asuntos electoreros y en alianzas partidistas en las que no se cuentan muertos sino votos. Así pues, el “centro” se muestra como un proyecto netamente político, pero no social. Y la razón es sencilla, al establecimiento le interesa mantener incólume al status quo a través de unas instituciones fuertes para el pueblo, pero sumisas ante los grandes poderes económicos. En otras palabras, el proyecto del “centro” consiste en que todo cambie para que nada cambie.
Sin embargo, es alentador que esta coalición se esté haciendo de cara a la sociedad y no en reuniones clandestinas en el Ubérrimo. Porque así se pueden hacer las críticas de manera directa y el debate es abierto, franco y de frente a una ciudadanía ávida de alternativas y propuestas. Mientras el uribismo languidece haciendo componendas con los políticos corruptos de las regiones en las que mueven a los electores con billetes o con fusiles, la alianza de “centro” se esfuerza por construir un electorado legítimo en el que tendrán necesariamente que emerger las propuestas y los programas, que seguramente servirán para delimitar de una manera más precisa ese gran misterio sobre lo que es “el centro”. Es claro que a gran parte del biempensantismo nacional le encantaría participar en esa causa.
De otra parte, se presenta una oportunidad histórica para que en el marco de los partidos y movimientos políticos de izquierda todos estos sectores relegados tengan una ventana de visibilidad política, pero no solo para que los muevan con plata o fusiles a las urnas, sino para que de verdad tengan representación en los cargos de elección popular. Ojalá que los partidos y movimientos de izquierda como el Polo Democrático o la Colombia Humana sean capaces de canalizar las necesidades de esa Colombia profunda para que sus representantes, esos que están siendo asesinados a diario, tengan espacios de crecimiento político y se les dé el chance de representar a sus comunidades en las corporaciones del Estado. Ojalá que la izquierda no sea la guarida de la farándula frustrada y los oportunistas sin partido que quieren capitalizar el crecimiento sin precedentes de una izquierda fortalecida poco a poco en las urnas. Las poblaciones pobres, vulnerables y marginadas necesitan guías fuertes, convencidas y místicas de las causas sociales, necesitan verdaderos dolientes con posibilidades de gobernar, necesitan que los proyecten en estas lides que están tan permeadas por la corrupción y los cantos de sirena. Ojalá emerjan liderazgos fuertes en esta coyuntura, como el de Iván Cepeda, para que en estos converjan las aspiraciones de esas personas anónimas que viven luchando en el campo y cuyo nombre solo sale en los periódicos cuando los matan. La gran coalición de la Colombia profunda tiene su gran oportunidad histórica en este momento. Campesinos, negros, indígenas, trabajadores, minorías, desplazados, víctimas y todos los descamisados, por fin tienen la oportunidad de llegar a las urnas para representarse a sí mismos y no para darle gusto a sus patronos, jefes o caciques. No será fácil, muchos líderes más serán asesinados en el camino, muchas voces democráticas serán acalladas en el campo, pero en las grandes ciudades las masas revolucionarias de los ciudadanos inconformes están deseosas por depositar el voto por estos candidatos salidos de la tierra y el barro. Yo entre ellos. El pueblo por fin podrá unirse en torno de proyectos realmente populares. Por eso el establecimiento tiembla y se junta, porque le tienen pánico al populismo, a ese populismo necesario que viene del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
En 2022 Colombia se debate entre los candidatos proestablecimiento y los antiestablecimiento. Entre los que defienden a las élites y al status quo y los que apelan a la democracia para cambiar de raíz al país, las relaciones de producción, la propiedad de la tierra y el modelo de desarrollo. Las dos posturas son válidas y es justo que Colombia elija lo que quiere. Esto implica fortalecer las posiciones y las propuestas, construir candidaturas coherentes con las aspiraciones de cada tendencia, y aprovechar los foros de debate para argumentar con vehemencia pero en lo posible con respeto y con razones. Esta es la manera más efectiva para devolver al uribismo a las cavernas de donde nunca debió haber salido. Porque el uribismo no es ni pro ni antiestablecimiento, es una secta dispuesta a devolvernos al feudalismo y a la monarquía, que en este momento está ungiendo al hijo del líder para que se ponga la corona, el cetro y la túnica para hacerse con el reino que Uribe cree que le pertenece por el derecho que le han dado el terror y las armas. Al uribismo hay que arrebatarle con votos las instituciones de las que se han apoderado. Hay que reducirlo a su mínima expresión en las urnas. Hay que denunciar el fraude, los ñeñes mafiosos que los financian y las componendas clandestinas con las que se han hecho al poder.
La disputa es entre un “centro” etéreo en lo ideológico, pero que se está organizando de cara al país, y la izquierda que está llamada a convocar a las fuerzas de base de la Colombia profunda invisible para las corporaciones de elección popular que están reclamando a gritos su oportunidad en las urnas. La lucha es entre los políticos que apoyan al establecimiento y las comunidades que quieren promover cambios profundos con las herramientas que provee la democracia.
Hay algo con lo que el país ganaría sin importar a cuál de estas dos fuerzas políticas le vaya mejor. Primero, que por fin se darán los debates profundos que Colombia necesita y que trascienden ese lastre que significa para Colombia la división entre uribistas y antiuribistas. Y dos, que los acuerdos de La Habana tan saboteados por este gobierno por fin podrán seguir su cauce porque el único gran acuerdo entre “el centro” y la izquierda es que la paz se debe consolidar para que la democracia florezca.
Del uribismo solo debemos cuidarnos de la coacción armada, la compra de votos y el fraude que les permite como gobierno dominar las entidades de inspección, vigilancia y control del Estado y, por supuesto, a las autoridades electorales. Es una fuerza política oscura y criminal en decadencia cuya una fortaleza es la corrupción que los mantiene en el poder, el miedo que han sabido propagar con infundios y mentiras, y la ignorancia de gran parte del país que vive pegada a la camándula y a los prejuicios.
Ahora hay que fortalecer el debate entre la coalición de “centro” que defiende al establecimiento en nombre de la institucionalidad y la izquierda, que tiene una oportunidad única para juntar los clamores populares de los pobres, los desposeídos y los oprimidos. Fortalecer estas dos visiones de país en el debate electoral nos permitirá relegar al uribismo al oscurantismo, a la clandestinidad, a la cueva putrefacta en donde crecen como hongos fétidos las ideologías discriminadoras y violentas que caracterizan a sus militantes. Vamos a debatir entre los proestablecimiento y los antiestablecimiento para dirimir en democracia qué queremos para el futuro, para darle por fin un cierre definitivo a estas décadas de terror a las que nos ha sometido Uribe.
Personalmente doy la bienvenida a las coaliciones de “centro”, a sus candidatos, programas y propuestas. Con que tengan claro que hay que respetar las instituciones, el sistema de pesos y contrapesos entre las ramas del poder público y defiendan los acuerdos de paz, nos podremos poner de acuerdo en el proceso que nos llevará a unas elecciones más esperanzadoras en 2022, aunque no haya alianzas ni acuerdos.
Fotografía tomada del portal Kyen&Ke