Por: LUCERO MARTINEZ KASAB. Magíster en Filosofía.
Hay un filósofo de la ética, de la política, de la liberación el más grande en este momento en el mundo, tan inmenso como sus más de setenta libros y artículos; tan influyente como sus clases en los cinco continentes durante más de cincuenta años. Sabio y erudito a punta de leer la historia y la filosofía de la humanidad desde el mito de la resurrección del dios Osiris del Antiguo Egipto en el 3200 a.c., el código de justicia del rey Hammurabi en Babilonia en el 1750 a.c., las parábolas de Joshua de Nazaret, los griegos Aristóteles, Platón, Sócrates; San Agustín de la Edad Media, los pensadores ingleses; franceses, con Emmanuel Levinas y alemanes con su cúspide filosófica en Kant, Hegel y Heidegger pero, sin descuidar las culturas de Mesoamérica, Inca, de la Polinesia, de China, de la India para asimilarlas y ejercer sobre ellas su más preciado talento: la crítica ética subyacente a las teorías.
Es Enrique Dussel Ambrosini, argentino de nacimiento, mexicano por adopción desde cuando fue perseguido en su pueblo natal por sus ideas, hasta el extremo de lanzarle una bomba contra su casa, la que debió abandonar llevándose a su mujer y a sus hijos. De todos los autores a lo largo de más de dos mil años que sus ojos ávidos han leído hay uno del que quedó prendado por su ética e inteligencia, quien a sus escasos diecisiete años escribió un pequeño artículo de cuatro páginas -donde se avizora lo inmenso que iría a ser después como filósofo- solicitado como requisito para graduarse de su bachillerato.
El artículo se llama Reflexiones de un joven sobre la elección de una profesión. El autor comienza invocando a la Divinidad diciendo que le ha dado al ser humano un fin: ennoblecer la humanidad a través de la búsqueda por sí mismo de un lugar, de un quehacer, como los animales van por la naturaleza apaciblemente sin sobre pasarla, para elevarse a sí mismo y a la sociedad.
Esta libertad de elección de los seres humanos es un privilegio que no tienen los otros animales, pero, que si es mal tomada puede destruir la propia vida, hacerle muy infeliz. Por tal razón, la búsqueda de una profesión es algo muy importante para la vida de un estudiante y no debe dejarla en manos de la suerte.
El joven escritor continúa diciendo que desde el fondo del corazón salen las más profundas convicciones, es una voz íntima, es la Divinidad la que siempre acompaña y guía a los seres humanos hablando en voz baja. Sin embargo, pueden aparecer fantasmas, instantes confusos, emociones que engañan, que nos hacen lanzarnos hacia una decisión creyendo que la Deidad nos la señala y, de pronto, nos damos cuenta que aquello que tanto abrazamos nos repele y la existencia se vuelve ruina. Por eso, hay que estar atentos a esa voz interior y a su genuina aprobación; que no vengan las falsas ilusiones, y la confusión entre la voz de la Divinidad y el autoengaño. Entonces, ¿cómo saber si estamos ante la elección correcta para nosotros? Y, el autor adolescente nos responde como un sabio: rastreando la fuente misma de la inspiración.
Si nos inspira el demonio de la ambición -leemos en el artículo-, la razón no podrá detenernos ante un brillo que nos dominará tanto que la posición en la vida no regiremos nosotros, sino que lo hará la ilusión y la suerte. Si es la oportunidad la que parece inspirarnos, acaso nos cansará a través de tantos años y el desaliento nos hará perder el entusiasmo yéndonos contra la Divinidad, maldiciendo la vida. Si es la mera razón la que nos aconseja para elegir un quehacer, no tiene experiencia ni una profunda observación, la puede enceguecer la emoción y la fantasía. Además, la posición con la que nacemos dentro de la sociedad no siempre nos permite alcanzar el lugar con el que hemos soñado. Incluso, nuestra constitución física a menudo es un obstáculo y el talento necesario para algo no podemos desconocerlo porque, si no lo tenemos para lo escogido, jamás podremos desempeñarnos bien; dándonos vergüenza, generándonos auto desprecio y gran dolor. Tampoco lo es lo que brota de darnos satisfacción solo a nosotros mismos pues, se podrá gozar de fama, ser un excelente poeta o un ser sabio, pero no una gran persona. Y, así, el joven escritor sigue mirando por todas las aristas la fuente válida de inspiración hasta que nos dice:
¨La historia llama grandes hombres a aquellos que se ennoblecen a sí mismos trabajando por el bien común; la experiencia aclama como a los hombres más felices a aquéllos que hacen felices a un mayor número de personas; la religión misma nos enseña que el ser ideal al que todos luchan por imitar se sacrificó a sí mismo por el bien de la humanidad, ¿y quién se atrevería a despreciar tales juicios? Si hemos elegido la posición en la vida en la que ante todo podemos ayudar a la humanidad, ninguna carga podrá aplastarnos, porque los sacrificios serán en beneficio de todos; no experimentaremos una felicidad egoísta, limitada y estrecha, sino que nuestra felicidad pertenecerá a millones de personas, nuestros actos permanecerán sosegada y perpetuamente vivos, y sobre nuestras cenizas caerán las cálidas lágrimas de las personas nobles¨.
Enrique Dussel dirige nuestros ojos hacia esta hermosura de pensamiento, de corazón y se inclina ante la ética de su autor, recordándonos que fue tachado injustamente de ateo – ¡Cuánto de creyente hay en lo que acabamos de leer! -. Fue odiado por los individualistas porque desde joven abogó por lo comunitario. Detestado por el capitalismo porque no permitió que el ser humano, el trabajador, quedara sepultado por la mercancía en la teoría de los economistas. Fue considerado materialista –de la materia física- porque no entendieron que él hablaba era del ser humano a través de la historia. Lo consideraron insensible porque se le murió un hijo, pero fue de frío por no tener dinero para la calefacción. Fue un romántico, nos dice Dussel, miren las palabras que usa, los ideales, los sentimientos que muestra.
El joven de diecisiete años es el alemán Carlos Marx, autor de El Capital, la obra que le saca las entrañas a esta sociedad despiadada por el afán del dinero, el dios, como él lo dijo, de estos tiempos.
Para Enrique Dussel -cuya filosofía política seguramente recorre las venas de este gobierno actual-, siguiendo la premisa del joven Carlos Marx sobre la profesión que al ejercerla hiciera feliz a quien hiciera felices a la mayor cantidad de gente dice que es la política. La buena política que lleva agua y alimentos y que mejora las condiciones de pobreza proporcionando medidas que facilitan el ascenso económico y la realización personal a millones de personas. La política ennoblece, porque trabaja para el bien común.
Este es el mensaje para los jóvenes que entran a la política como profesión de parte de otro de diecisiete años, de fino espíritu, que entregó su vida y la de su familia a la tarea de desenmascarar la codicia humana detrás de la producción de las mercancías: entren a la política solo si son felices haciendo feliz al pueblo. luceomartinezkasab@hotmail.com