La pintora española que acabó en un convento por retratarse desnuda
Aurelia Navarro, pintora nacida en Granada, vio truncada su carrera profesional al hacer público un autorretrato de su cuerpo desnudo, laureado en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1908.
Si Navarro hubiera ocultado su nombre al firmar sus cuadros es posible que el drama que se cuenta bajo estas líneas nunca hubiese tenido lugar. Si Navarro hubiera firmado como A. Navarro, nadie le hubiese forzado a meterse en un convento. Si Aurelia hubiera sido Aurelio, la historia del arte en España no habría tenido que buscar bajo los restos de aguarrás el recuerdo de esta pintora, que quiso homenajear a Velázquez y terminó por vivir un martirio.
Aurelia Navarro era granadina (1881-1968), hija y hermana de médicos y aspirante a pintora. Su familia, burguesa, veía con buenos ojos su hambre intelectual, pero nunca toleró que el ocio se convirtiera en su profesión. La familia Navarro tenía otros planes para ella, como casarse o cuidar el hogar, funciones más acordes para una mujer de su tiempo.
A principios del s.XX, en 1904 y con tan solo 22 años, Aurelia se presentó a la Exposición Nacional –el concurso más importante del momento en España– y recibió una mención honorífica, para dos años después ganar la tercera medalla por su cuadro Retrato de señorita. Influenciada por Sorolla y por los movimientos impresionistas coetáneos, Aurelia sentía la exposición como el escaparate perfecto para su talento. En esos concursos prescindía de su lado más creativo para presentar trabajos sobrios con los que mostrar sus destrezas técnicas, sabedora de que era lo que más interesaba a la crítica en ese espacio. Si en 1906 había logrado dar un salto de calidad, fue en 1908 cuando su carrera despegó para estrellarse a pocos metros de distancia.
Aquel año, Aurelia presentó una obra llamada Desnudo Femenino, una creación que, de haberse llamado Aurelio, habría cosechado halagos sin incidencias. Pero al llamarse Aurelia, retratar un cuerpo de mujer tuvo consecuencias: “Era un tema tabú para cualquier mujer en ese momento. Que una mujer pintara aquello se consideraba contrario a la moral”, apunta Magdalena Illán, profesora de Arte en la Universidad de Sevilla y probablemente la mayor experta en la vida de Aurelia Navarro.
La obra no lo admitía, pero la historia ha dejado saber que se trataba de un autorretrato. Aurelia decidió representarse despojada y sensual en una composición que evocaba claramente a La Venus del espejo de Velázquez, expuesta en la National Gallery de Londres. Sus escorzos, sus miradas reflejadas en espejos que no terminan de mostrar sus rostros, aunque sí intuirlos, guardaban parentesco y admiración. Illán asegura que pintar un desnudo a modo de autorretrato fue un acto de “valentía”: “Dinamitó todas las normas morales del momento. No encaja que posteriormente ingresara en un convento”, valora.
Este Desnudo Femenino, actualmente expuesto en el Museo del Prado en su exposición temporal Invitadas, tuvo un recorrido inusual para las obras premiadas en la Exposición Nacional. Lo que correspondía, según el premio que había recibido, era que la obra fuera comprada por el Estado, cosa que no ocurrió. “Todavía no está muy claro por qué no se adquirió. La Diputación de Granada se interesó por esta obra [de la que es actual propietaria] y tal vez eso hizo que el Estado no lo comprara. O quizás la Diputación la compró al ver que el Estado no lo hacía”, barrunta la historiadora Illán sobre la polémica de 1908.
Un desafío a lo establecido
María Dolores Jiménez-Blanco, directora general de Bellas Artes del Ministerio de Cultura y Deportes, pone en el contexto adecuado la obra de la pintora nacida en Granada, que desafió el paradigma de su tiempo: “Durante muchos años, las academias de arte no daban acceso a las mujeres a las clases de desnudos. Se consideraba que no estaban preparadas para eso. Para un hombre no era impúdico y para una mujer sí. Eso te dice hasta qué punto se les consideraba menos preparadas intelectualmente para confrontar un cuerpo desnudo”, apunta la gerente.
Hija de su época, Aurelia vio cómo su cuadro se sumergía en polémicas periodísticas y sociales, cuando su principal motivación era la de ganar el concurso. “Es un cuadro académico, sabe lo que le gusta al jurado. De hecho, Julio Romero de Torres es el ganador ese año con un desnudo femenino titulado La musa gitana. Romero llegó a decir que Navarro mereció la segunda medalla y no la tercera”, añade Illán.
Ver el rostro de su hija, que no es sino el rostro de su familia, desnudo dentro de un marco, ver el legado de los Navarro expuesto en la prensa, criticado o aplaudido, pero exhibido al fin y al cabo, fue demasiado para el padre de Aurelia, burgués provinciano, médico, que nunca aprobó la deriva artística de su hija.
“Aurelia Navarro es una grandísima desconocida que pudo ocupar un lugar importante del arte español”
“Poco a poco fue asfixiando su talento. No participó en ninguna exposición nacional, y fue languideciendo”, asevera Illán. El nombre de Aurelia Navarro nunca más volvió a rellenar el formulario de inscripción de un concurso nacional. Su nombre se borró y se pasó a otra cosa. Como otras tantas mujeres. Su vida entró en una etapa de oscurantismo de la que casi todo son preguntas.
En 1910, antes de rendirse o de verse sometida (no se sabe si fue forzada a entrar en el convento o entró por voluntad propia), fue una de las seis mujeres que formaron parte como socias fundadoras de la Sociedad de Pintores y Escultores Españoles, donde había unos 180 hombres. Quiso tener una voz propia, una trayectoria que fue cortada de cuajo por su familia. “Aurelia Navarro es una grandísima desconocida que pudo ocupar un lugar importante del arte español”, asegura Magdalena Illán.
“El caso de Aurelia es extremo, pero no es una excepción”
Los ingredientes de la historia de Aurelia, que se vio abocada a ingresar como monja en la Orden de las Adoratrices Perpetuas del Santísimo Sacramento en un convento de Córdoba, convierten este suceso en un relato peliculero y lleno de símbolos universales sobre mujeres y sueños truncados. La misma Elena Sorolla, hija de Joaquín Sorolla, se dedicó a la escultura hasta que adoptó el rol de ama de casa al contraer matrimonio. Hasta en el hogar del artista los cánones eran inamovibles.
“El caso de Aurelia es extremo, pero no es ni mucho menos una excepción. No era fácil para las mujeres en esa época. Hay que hablar siempre en plural, pero en ciudades como Granada y en sociedades conservadoras, el éxito artístico de una mujer se veía peligroso, es por eso por lo que los padres deciden que vuelva a Granada y la obligan a dejar su carrera. En lugar de apreciar el éxito, sus padres lo consideran inapropiado. Es muy revelador. No todas las mujeres que fueron artistas tuvieron padres tan poco permisivos, pero sí es verdad que en general no se alentaba. Que pintaran sí, pero que se dedicaran a ello, con todas las herramientas que tienen los hombres, no era tan fácil”, apunta Jimenez-Blanco.
Jiménez-Blanco: “La diferente entre pintar y ser pintada es la diferencia entre ser sujeto y ser objeto
Navarro, además, transitó una época que vio a las mujeres romper moldes clásicos para empezar a adentrarse en el mundo del trabajo. Aurelia fue de esas que quiso dejar de ser pintada para ser pintora: “La diferente entre pintar y ser pintada es la diferencia entre ser sujeto y ser objeto. Entre ser pasivo y ser activo. Es la gran diferencia. Nunca hay un momento concreto, todo en la historia pasa paulatinamente, pero en los comienzos del s.XX el papel de la mujer empieza a cambiar en el arte porque cambia en la vida”, asegura la directora general de Bellas Artes.
Una oscura y triste etapa final
Como una hoja arrancada de un libro, los datos sobre Aurelia Navarro pasada la exposición que le valió el reconocimiento son escasos y parcos. La familia quiso que volviera a Granada y abandonara la vida del artista, algo que su maestro Tomás Muñoz intentó evitar. “Él propuso a la familia que Aurelia aceptara una beca de la Diputación para ir a Roma y formarse fuera de España, pero el padre y la familia dijeron que no. El maestro quería fomentar su talento, pero no fue posible“, añade Magdalena Illán.
Participó en exposiciones en Granada, concursos de caricaturas y demás certámenes menores hasta 1916, última vez que se tiene constancia de su vida artística fuera del convento, donde ingresó en 1923. “En el convento siguió pintando retratos de las monjas, pero ya muy descafeinado. Estuvo en Roma en 1933 para pintar a la madre superiora de la orden de las Adoratrices. La familia me ha comentado que iban a visitarla al convento, que hablaban con ella, pero que había perdido esa chispa“, relata Illán, que vio cómo los herederos de Aurelia se han puesto en contacto con ella para trabajar en un monográfico sobre su vida y obra.
Aurelia Navarro cerró los ojos por última vez en 1968, con 86 años. Pasó más de cuarenta años en el convento cordobés y nada más se supo de concursos, de aspiraciones, de emancipación ni de desnudos. La llamada de la fe ocupó más parte de su vida que esos destellos de juventud en los que parecía que Sorolla tenía relevo femenino. Una devoción algo inesperada, puesto que en ninguno de sus cuadros, la inmensa mayoría custodiados por su familia y conservados hasta la actualidad, había referencias a la religión. Illán lo corrobora: “No tenía ningún cuadro religioso hasta que ingresó en el convento. Sus obras hablaban de ansias de libertad, aparecían mujeres solas, independientes, soñando. Es una historia muy triste”.
Artículo originalmente publicado en el portal Público.