Los orígenes del sionismo.

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Los orígenes del sionismo a finales del siglo XIX.


a) El nacionalismo judío (sionismo) y su comparación con otros nacionalismos.


El sionismo o nacionalismo judío se organizó como movimiento político en Europa a finales del siglo XIX. Toma su nombre de Sion, la colina de Jerusalén sobre la que se edificó el templo de Salomón. Adopta las características de los nacionalismos étnicos, muy difundidos entre los pueblos sin Estado de la Europa central y oriental, de donde era originaria la mayoría de las comunidades judías europeas. A diferencia de los otros pueblos de la región, los judíos no compartían entre ellos ni idioma (aunque el yiddish estaba muy difundido) ni territorio, y sus disparidades culturales, de un país a otro, eran significativas. Lo que les unía, identificaba y diferenciaba era su religión. Esta religión llevaba asociada la referencia a una patria sagrada con una localización concreta: Israel, Palestina. El objetivo sionista de construir un hogar nacional en Palestina, de “resucitar” un Estado propio, permitió movilizar a los distintos colectivos judíos. Más aún si tenemos en cuenta que a finales del siglo XIX convergieron dos fenómenos que afectaron de manera muy negativa a las condiciones de vida y expectativas de las comunidades judías de Europa: la toma de conciencia de los límites de la integración en Europa occidental y la reedición del viejo antisemitismo en Europa oriental.


b) La situación de los judíos en Europa a finales del siglo XIX.


La relativamente próspera y semiintegrada comunidad occidental se vio afectada por un nuevo antisemitismo, que surgió de los movimientos nacionalistas y de derecha radical presentes incluso en los Estados más liberales como Francia. En este último país en 1894 se produjo el caso Dreyfus. La degradación y detención de este oficial del ejército francés, acusado de alta traición, estaba provocada por el prejuicio antisemita de la elite francesa según el cual no hay ninguna garantía de que el judío, como cuerpo extraño a la nación, sea fiel a una patria que no es la suya más que en segundo lugar y de manera accidental. Dreyfus era el perfecto ejemplo de francés de religión mosaica (seguidor de Moisés), es decir, judío plenamente integrado. Su procesamiento precipitó el desengaño de la comunidad judía occidental: a pesar de las promesas de la Ilustración y del liberalismo, a pesar de los pasos dados por la legislación, la emancipación y la integración completa todavía estaban muy lejos, si es que no eran imposibles. En estas mismas fechas, la pobre y marginada comunidad judía de Europa oriental se vio golpeada por una nueva oleada del antisemitismo cristiano tradicional. Nuevas reediciones de pogromos y de antiguas leyes discriminatorias confirmaron su situación de opresión y postración. Puede afirmarse que se trataba de la nacionalidad más oprimida de la zona. Aunque eficaz en la movilización, el proyecto sionista parecía irrealizable por la enorme dificultad que entrañaba: reivindicaban un territorio lejano, Palestina, ya poblado por árabes, musulmanes y cristianos, con una reducida presencia judía, administrado por un Estado de apariencia poderosa si bien “enfermo”: el Imperio Otomano, que además tenía por principio rector otra religión: el Islam. Las primeras realizaciones prácticas del sionismo fueron simples asentamientos.


c) Factores favorables a la expansión del movimiento.


Sin embargo, dos factores facilitarán considerablemente su puesta en marcha. Por una parte entre la élite judía occidental figuraban algunos poderosos financieros con cierto acceso a los círculos gobernantes (Rothschild y otros) pero que, pese a su integración, no dejaban de ver sus expectativas cortadas por el nuevo antisemitismo. El otro factor fue la convergencia del proyecto sionista con los intereses de las potencias imperialistas en el Próximo Oriente, sobre todo los de Gran Bretaña. Estos dos factores actuaron conjuntamente, en plena Gran Guerra, en el proceso que llevó a la declaración Balfour, por la que el gobierno británico se comprometía a garantizar un hogar nacional judío en Palestina.

d) Precedentes del sionismo.


¿Cuáles son los planteamientos básicos del sionismo como movimiento político, como nacionalismo? Lo hemos calificado de nacionalismo étnico u orgánico. Este es ciertamente su componente dominante. Veamos cómo se formó y en qué consiste. Partamos de la idea de que, contrariamente a lo que sostienen los nacionalistas, las naciones son una construcción histórica relativamente reciente. No han existido desde la noche de los tiempos, ni han permanecido dormidas hasta que la conciencia nacional las ha despertado. Tampoco los judíos han formado una nación desde los tiempos bíblicos. Sin embargo, la versión rabínica de su religión reforzó su
conciencia étnica. A pesar de algunos momentos de apertura y proselitismo, distintos factores llevaron al cierre de la comunidad; entre ellos no ha sido de poca importancia la discriminación y persecución por parte de los cristianos. Este substrato y la “añoranza de Sion” (la creencia en una patria a la que estaban destinados a volver cuando terminase el “exilio”), ambos de carácter religioso, facilitaron la tarea del nacionalismo sionista. Los precedentes del sionismo son mesiánicos y místicos. El regreso a Israel no sólo conllevaría la salvación de los judíos, sino también la culminación de los tiempos, la llegada del mesías y su reinado sobre la Tierra. Durante los siglos XVIII y XIX, la Ilustración y el liberalismo impulsaron la “emancipación” de los judíos de la Europa occidental y, sobre todo, de Estados Unidos. Emancipación que hay que entender como el cese de la discriminación, la igualdad civil y su completa integración como ciudadanos de pleno derecho en sus respectivos Estados. Aunque con lentitud, retrocesos y límites, representó un gran cambio en la autopercepción de la comunidad judía de Europa occidental. De manera similar a lo que estaba sucediendo con la cultura cristiana occidental, la cultura judía se renovó y se secularizó, abriéndose ante ella todo un nuevo mundo de posibilidades: integración, igualdad, progreso, promoción social… Las respuestas individuales fueron dispares, pero el abandono de la fe y la secularización, y aun la conversión al cristianismo y el enlace con familias no judías, fueron abundantes. Otros destacaron los valores del judaísmo y sus aportaciones a la cultura occidental, incluso manteniendo la fe, pero reformada y secularizada. Para algunos dirigentes, la identidad judía y, por lo tanto, sus bases de poder estaban en peligro. Su apuesta por las señas de identidad, por la especificidad judía, se vio reforzada por el romanticismo y por los retrocesos en el proceso de emancipación e integración, tanto más intolerables cuanto más avanzado estaba éste. El nacionalismo romántico añadió la consideración de que todo pueblo constituye una nación y de que toda nación, para garantizarse su progreso, y aún su supervivencia, debe dotarse de un Estado.


e) El objetivo: una nación en busca de Estado.


A mediados del siglo XIX todavía eran compatibles la lucha por la construcción nacional y el liberalismo. El primer sionismo aún era liberal; pronto dejaría de serio. Los judíos, como otras colectividades, participaron en las revoluciones liberales; la cuestión judía se convirtió en un banderín de enganche de estos movimientos y en una prueba de liberalismo. Hemos apuntado cómo la creciente integración había impulsado una ilustración judía, una eclosión cultural. En este contexto intelectual se formaron los pensadores sionistas. Su preocupación inicial fue la persistencia y recrudecimiento del antisemitismo tradicional en la Europa del este, especialmente a partir de 1880 con la reedición de los criminales pogromos, así como la miseria y postración de las masas judías de aquella parte del continente. Frente a estos problemas, M. L. Lilienblum proclama la vuelta a Israel. Y muchos judíos abandonarán la Europa del este… pero para instalarse en la Europa occidental y en Estados Unidos. Esta afluencia de inmigrantes alimentará el nuevo antisemitismo que estaba surgiendo en la Europa occidental como un fruto más de la crisis de la Ilustración y del liberalismo de finales del siglo XIX. Leo Pinsker apelaba a la solidaridad de los judíos relativamente prósperos e integrados de Alemania para ayudar a la miserable y perseguida comunidad judía oriental, la solución de cuyo problema situaba en su agrupamiento en algún territorio, prioritariamente Palestina, donde se autoemanciparían formando una nación. Sin suscitar apenas apoyo entre los judíos occidentales, contó con la colaboración de algunas asociaciones orientales, como los Hovevei Ziyyon (Amigos de Sión), para la promoción del asentamiento de agricultores y artesanos judíos en Palestina; aunque, para su viabilidad, resultó imprescindible la participación de altos financieros judíos (los Rothschild de Francia). Con mayor realismo, otros pensaban que las posibilidades de asentamiento en Palestina eran muy limitadas, pero que las condiciones de esta región sí permitían la creación de un centro cultural que regenerase el judaísmo y mantuviese la unidad de la nación judía diseminada por distintos países. Como parte de este programa nacionalista se creó el hebreo moderno, como retorno a la lengua originaria, en rechazo de la más difundida y viva de las lenguas habladas por los judíos, el yiddish, considerado un símbolo de la postración judía. Aunque con una justificación defensiva frente a la persecución, se estaban dando firmes pasos contra la asimilación y por el mantenimiento de la especificidad judía. Este proceso se alimentaba también del miedo a la pérdida de identidad de las masas y la reducción de la influencia de las elites judías. Y encontró un contexto histórico muy propicio: el desarrollo de los nacionalismos étnicos en la Europa del este y la crisis de la modernidad que afectó a la cultura occidental. Cuando en 1884 se celebró una primera Asamblea Sionista, que se dotó de cierta continuidad institucional, los principios del sionismo ya estaban asentados: los judíos son una nación, tienen derecho a un territorio en el que constituirán su propio Estado.

La formulación definitiva del movimiento: Theodor Herzl y sus sucesores.

a) El componente nacionalista.


El sionismo político madura con Theodor Herzl (1860-1904). Pero se trata de un nacionalista atípico, “sobrevenido”. Según sus convicciones primeras rechazaba el judaísmo (la religión como núcleo de la comunidad), no consideraba las tradiciones como señas de identidad necesarias y creía que el hebreo recreado era superfluo. Su objetivo prioritario habría sido la asimilación. Pero el impacto del nuevo antisemitismo occidental, cristalizado en el caso Dreyfus, causó en él una profunda remoción de estas ideas. Dadas las circunstancias, la imposible asimilación y el creciente antisemitismo, sería necesario formar una nación, reclamar un territorio, constituir un Estado… es el lenguaje del nacionalismo. El razonamiento es el siguiente: puesto que la asimilación ha resultado ser un fraude, los judíos no tienen más remedio que dotarse de un Estado, no para ser diferentes a los demás pueblos, sino para alcanzar la modernidad con todas sus consecuencias, sin discriminación, opresión ni desprecio, para ser plenamente occidentales. A pesar de su recurso al nacionalismo, conservó como utopía una futura sociedad en el nuevo Estado, inspirada en los principios del liberalismo occidental, donde no tendría cabida el nacionalismo excluyente; palestinos y judíos compartirían un mismo territorio en colaboración y fraternidad. Pero ¿qué serían entonces los judíos; en qué consistiría su especificidad? A Herzl no le interesaba tanto la milenaria identidad judía como la suerte de los judíos; y ésta era bastante crítica en aquel momento. Pero, como fruto de su tiempo y en el contexto de la Europa oriental, de donde provendrían las masas de este movimiento, el sionismo pronto adquirió los más marcados rasgos del nacionalismo étnico. El alma del movimiento sionista podía estar en occidente: Herzl era un intelectual liberal, plenamente homologable a los pensadores occidentales no judíos. Pero el músculo, sus militantes, estaba en oriente, y esta circunstancia no dejó de alterar el alma.

b) El componente imperialista.


Herzl también planteó abiertamente la dimensión colonial del sionismo. A finales del siglo XIX el imperialismo popular estaba ampliamente difundido entre las poblaciones de las grandes potencias occidentales, donde las conquistas imperiales eran jaleadas desde los periódicos y los avances coloniales provocaban entusiasmos. El asentamiento en Palestina debería seguir el modelo colonial británico. Convendría constituir una Sociedad Judía, organismo de planificación política, y una Compañía de los Judíos, como entidad de financiación de las realizaciones prácticas. Pero a diferencia de otros colonos, los judíos sionistas no tenían una metrópoli que respaldase sus proyectos. Herzl buscó la aquiescencia del Estado Otomano, de quien intentó conseguir una carta de colonización sin ningún éxito. Gran Bretaña, de manera interesada, terminaría jugando ese papel de metrópoli de adopción.


c) La articulación del movimiento: los congresos mundiales sionistas.


Las propuestas de Herzl encontraron eco entre las masas de judíos de Europa central y oriental y estimularon la articulación de distintas fuerzas en un movimiento de alcance mundial, la publicación de un periódico semanal (“Die Welt”) y la organización de Congresos Mundiales Sionistas con cierta regularidad. El primer congreso sionista se reunió en Basilea en 1897; en él se concretaron los principios y objetivos del sionismo: la creación de un hogar para los judíos en Palestina, siguiendo un proceso legal que garantizase su reconocimiento internacional. Se conseguiría mediante la colonización de Palestina con asentamientos de agricultores, artesanos y trabajadores judíos, la organización de los judíos en cada una de las naciones, respetando las leyes de cada Estado y su coordinación internacional, la creación y refuerzo de una identidad específicamente judía y la búsqueda del apoyo de los gobiernos. La Organización Sionista Mundial, creada en ese congreso, coordinaría las distintas organizaciones sionistas. Los congresos se celebraron anualmente hasta 1901, año en que se creó la Banca Nacional Judía y se estableció el Fondo Nacional: fondo constituido a partir de colectas, para el “rescate”, compra, de tierras en Palestina que se destinarían a la agricultura o la reforestación). Dada la buena acogida británica a las iniciativas sionistas, estas instituciones financieras se centralizaron en Londres, principal plaza financiera mundial. En el congreso de 1903 se planteó la posibilidad de aceptar la oferta británica de un territorio para la colonización judía en Uganda, propuesta que no despertaba especiales objeciones en Herzl. Sólo algunos la aceptaron, llegando a constituir un grupo escindido del sionismo: la Organización Territorial Judía. El sionismo rechazó mayoritariamente la propuesta, insistió en la pertinencia de Palestina y asentó firmemente el principio de “no hay sionismo sin Sión”. En esos momentos, a pesar de algunas disensiones, el sionismo está firmemente asentado. Cuenta con una organización política internacional, se ha dotado de medios financieros y ha diseñado un proyecto concreto: la colonización judía de Palestina como aplicación práctica y factible de la solución nacional al problema judío. Pero distaba de ser dominante en las conciencias de las masas judías. Incluso eran más los judíos opuestos al movimiento: unos por considerar que debían integrarse en las naciones a las que pertenecían; otros por consideraciones nacionalistas, pero dirigidas en otro sentido: podían continuar como una nacionalidad dispersa, identificable por la cultura popular yiddish; y otros por motivos de ortodoxia religiosa, pues el regreso a Israel sólo se haría bajo dirección divina, para iniciar la culminación de los tiempos. Para estos últimos, el sionismo era una peligrosa herejía que intentaba forzar la voluntad divina.

La evolución del movimiento: el ingrediente religioso gana peso frente al liberal en el sionismo.


El peso de los planteamientos religiosos ortodoxos en el movimiento sionista también acarreó serios problemas. En el proyecto inicial de Herzl, la religión no jugaba ningún papel público; siguiendo los principios liberales, era una cuestión del ámbito privado. Pero los grupos religiosos ortodoxos integrados en el sionismo conseguirán una influencia creciente en el movimiento y posteriormente en el Estado de Israel. Para el nacionalismo étnico en el que pronto se convirtió el sionismo, la religión era un elemento fundamental de la identidad nacional que facilitaba la adhesión de los judíos al movimiento. Los líderes sionistas podían presentarse públicamente como laicos, desvinculados de la religión; pero ésta les resultaba imprescindible, pues estaban profundamente interesados en las señas de identidad colectivas de la nación judía. En este contexto, los judíos ortodoxos insistirán en el cumplimento de los preceptos religiosos y conseguirán importantes parcelas de poder que, si bien referentes a la esfera privada, no dejan de influir en la vida pública. Otro motivo esencial fundamentó la influencia de la religión en el proyecto sionista. Después de todo, ¿qué derecho, sustentado en principios jurídicos, podían esgrimir los individuos o el colectivo judío sobre la tierra de Palestina? Como mucho, los títulos adquiridos por compra. Pero incluso podría hacerse alguna objeción a éstos: el concepto jurídico de propiedad privada sobre la tierra era reciente en el imperio otomano; se estableció a favor de los notables locales, sin tener en cuenta los derechos de los campesinos palestinos. Además, el proceso de compra era lento; en la segunda mitad de los años treinta sólo poseían el 5% de la tierra. La única respuesta a la pregunta de por qué el pueblo judío tenía derecho a Palestina sólo podía ser el recurso a la religión, donde encontrarían unos supuestos derechos históricos que serían prioritarios a los detentados por la población árabe. Estos derechos históricos forman parte del mito, están inscritos en la Biblia. Dadas las características de la cultura judía, Palestina era un poderoso banderín de enganche, casi una condición necesaria para el sionismo. Imprescindible… si no tenemos en cuenta lo que realmente estaban haciendo las masas judías: emigrar a Europa occidental y a Estados Unidos; entre 1880 y 1914 unos 2.750.000 judíos salieron de Europa oriental; en Palestina, en 1914, sólo había unos 85.000.


La llegada masiva de colonos a principios del XX: las primeras realizaciones prácticas.


El movimiento sionista, aunque minoritario, se mostró muy activo y estimuló una nueva emigración a Palestina. Estos pioneros constituyeron el sionismo práctico cuyas características específicas les diferenciarán del sionismo oficial, más liberal y “burgués”. Entre ellos destacaron los Poale Zion (Trabajadores de Sión). Merece la pena adelantarse a los acontecimientos y resumir sus planteamientos, puesto que esta fuerza protagonizará el proceso que lleva desde la declaración Balfour (el compromiso de Gran Bretaña con la causa sionista en 1917) a la constitución del Estado de Israel (1948).


a) Un nuevo ingrediente: el socialismo.


Llegados entre 1904 y 1914, con la segunda alya (“ascenso” a Israel, oleada de
inmigrantes judíos en Palestina; fueron numerosos los pioneros laboristas que se percibían a sí mismos como la vanguardia impulsora del proceso de construcción nacional), pronto dominarán la vida pública del yishuv (comunidad judía en Palestina). Por su procedencia intelectual su discurso conservará constantes apelaciones al programa igualitario socialista, aunque no dieron ningún paso efectivo hacia la construcción de un nuevo modelo de sociedad alternativo al capitalismo. Su pensamiento consistía en una modalidad del socialismo nacional, corriente política en expansión a finales del siglo XIX y principios del XX, síntesis entre el socialismo no marxista y el nacionalismo étnico. Lo verdaderamente importante es el esfuerzo en pro de la nación, lo que lleva a exaltar el papel de los trabajadores. Pero, por otra parte, no hay nada intrínsecamente malo en el burgués, financiero, empresario o comerciante, si con sus medios de producción contribuye al proyecto nacional. Así, propiedad privada y capital sólo son perniciosos si se utilizan de manera egoísta para el enriquecimiento personal de sus propietarios. No hay por qué abolir el capitalismo, pues es un medio eficaz en el desarrollo de la nación. Por supuesto, el esfuerzo y el sacrificio es más evidente entre los trabajadores manuales, sean agricultores, jornaleros, artesanos, obreros… y a ellos se dedican los principales elogios, sin apenas traducción práctica. Su esfuerzo contribuye al bien general, son imprescindibles y deben ser protegidos de la explotación… y también de la competencia “extranjera”, lo que justificaría la campaña del sindicato Histadrut (Confederación General de Trabajadores Judíos de la Tierra de Israel) contra los jornaleros árabes y contra los agricultores judíos que los contrataban, o el boicot a los productos árabes y contra los consumidores judíos que los adquirían.

b) Los mitos fundacionales de los primeros inmigrantes.


El principal peligro de la nación así concebida es el individualismo, núcleo del pensamiento moderno. La nación tampoco puede albergar un cuerpo extraño en su interior, la nación sí que es homogénea. Por eso los sionistas y los pioneros en Palestina reclamaban un Estado propio y difícilmente aceptarían un solo Estado compartido por judíos y árabes. En el contexto geográfico de las nacionalidades de Europa oriental, la distribución espacial de éstas compone un rompecabezas de difícil resolución. El territorio dominado es fundamental para las posibilidades de supervivencia de la nación, por lo que se trata de conseguir un territorio continuo, cosa que sólo es posible a costa de otros. Los planteamientos de los pioneros en Palestina son coherentes con estas experiencias: “rescatar” las tierras, vaciadas de árabes. Aceptarán la partición de Palestina y los desplazamientos de población, no sólo porque fue diseñada en su favor… también por principio. Los pioneros de la segunda alya (llegados a Palestina desde Europa central y oriental a principios del siglo XX) son fundamentalmente nacionalistas. Su principal objetivo es construir la
nación judía, dotarse de un Estado. Ellos dirán salvar la identidad judía, pero la identidad nacional que propugnan no es la de la diáspora, que desprecian. Uno de los mitos fundacionales de esta nueva nación ancestral será precisamente la negación de la diáspora. Aquella no fue más que un paréntesis en la historia de la nación judía. Y todas sus elaboradas creaciones culturales son rechazadas como manifestaciones de un pueblo enfermo o en una situación anómala. La sustitución del yiddish por el hebreo reinventado refleja ese rechazo. Otro mito fundacional de enorme trascendencia (puesto que determinará en gran medida la actitud de los pioneros para con los palestinos) será el del retorno a la tierra, que también nos remite al problema de la legitimidad del asentamiento judío y a la dimensión colonial de éste. Este es el sentido del eslogan “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra”. Ya hemos analizado el razonamiento del sionismo al reivindicar Palestina como parte de la solución nacional al problema judío. Su reclamación se fundamentaría en un supuesto derecho histórico recogido en la Biblia, superior al que pudieran esgrimir los palestinos, quienes no habrían sabido poner en valor su tierra, que nunca se dotaron de soberanía y, añaden algunos, cuyo espíritu nacional se habría mostrado estéril. Ese derecho histórico se actualizaría por el esfuerzo, por el trabajo físico en el campo; es el mito de la colonización conquistadora. Pero la tierra no estaba vacía, había que vaciarla. La compra de tierras a grandes latifundistas absentistas iba acompañada de la expulsión de los arrendatarios palestinos y, con la campaña de trabajo judío, también de la exclusión de los jornaleros árabes. La utopía de convivencia y colaboración entre las dos comunidades era cada vez más difícil. Tampoco había figurado en la agenda de los pioneros. Ese desprecio de lo árabe, de los palestinos y de sus derechos, incide en el cariz colonial. Pero se trata de una colonización de poblamiento, de sustitución de poblaciones; sólo más tarde, con la expansión del Estado de Israel ocupando el territorio asignado a los palestinos, se asemejaría al apartheid.

Texto reelaborado y adaptado a partir de: El conflicto palestino-israelí, de Fort Navarro, A y Martínez Ibáñez, E. Editorial Diálogo. Valencia 2002.

 


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