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POR: LUCERO MARTÍNEZ KASAB

Como lo dijera el poeta español Antonio Machado en la nostálgica voz de Joan Manuel Serrat amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. En medio de la rudeza de una banda de rock que es decir hombres despeinados, fuertes, sudorosos, con las sospechosas manías que deja el consumo de drogas surge una canción apesadumbrada, Pintado de negro, de los Rolling Stones, como expresión de la oscuridad íntima por lo que alguien puede perder: un amor, un pajarito, la tierra.

 

Su cantante, Mike Jagger, quien con su voz rasgada y sus facciones bruscas ha contribuido con la fama de que el rock es dureza la canta frente al micrófono con un estilo pleno de entrega; después de la letra, que es casi hablada, entona un coro con visos místicos que los oyentes no podemos descifrar con el análisis consciente de la razón. Pero antes, al comienzo, la guitarra de Keith Richards, otro rostro duro, abre la canción de un modo apasionante, inmediatamente, lo acompaña en el bajo Ronnie Wood y justo, detrás de los últimos acordes de esa obertura de guitarra surge el ritmo sostenido de la batería de Charlie Watts quien, a los ochenta años, nos ha dejado sin las baquetas que camuflaban en el rock el jazz que siempre había amado.  

 

Y, es él, el ingrávido, el sutil, el gentil detrás de un instrumento que precisa de fuerza para ser bien ejecutado. Su temperamento sereno con sus manos diestras observa a los demás integrantes de la banda amarrándolos desde atrás con su ritmo. Él, un polo a tierra tocando la batería al compás de una marcha épica que rodea al coro inspirado en Oriente trayéndonos evocaciones de un desierto negro sin nombre. Ese coro enmarcado por la batería y las guitarras lo acompaña la letra desgarrada de un hombre que lucha por deshacerse del dolor buscando la oscuridad.

 

Compases de un rock melancólico como los días tristes en Colombia con soles negros en las familias que ven apagarse la luz de sus hijos asesinados; donde en todas las jornadas hay marchas detrás de los ataúdes que ya no permiten voltear la cabeza para seguir negando que nos ha invadido la oscuridad. Lentamente, Colombia, se fue sumiendo en el color rojo de la sangre; hemos ido perdiendo los otros colores, sólo nos está quedando el negro de la desesperanza.

 

La melodía de Pintado de negro evoca un destierro en medio de las luces del concierto con miles de jóvenes brincando enloquecidos. Destierros bíblicos de un pasado que se creía superado pero que ahora nos asalta en este punto de la historia donde en alguna parte debería germinar la ley de la conmiseración por el dolor del otro; entre tanto, el éxodo se multiplica por el mundo mientras Mike Jagger nos une cantando su dolor: Miro dentro de mí / y veo que mi corazón está negro / no más colores / quiero que se vuelvan negros / quizás entonces yo me desvaneceré / y no tendré que afrontar los hechos…

 

Charlie Watts, hizo parte durante casi sesenta años de esta banda donde ya todos son octogenarios. Un gentleman para tocar la batería y, un gentleman hasta para, sin mediar palabras disonantes, propinarle un certero puñetazo en pleno rostro al frenético Jagger tumbándolo al piso cuando quiso humillarlo llamándolo “mi baterista”, Watts, sin despeinarse, le contestó “tú, eres mi cantante” y, acto seguido, salió de la habitación del hotel a donde fue para darle su merecido al cantante. Con esa misma decisión dejó los vicios y sostuvo un matrimonio tan largo como su carrera musical tocando con su batería la poética letra: Veo a las chicas pasar vestidas con su ropa de verano / tengo que girar la cabeza / hasta que mi oscuridad se vaya.

 

Hay que rendir honores a quienes, en medio de este mundo sin sentido cuando el verde mar ya no se volverá azul, nos sacan de la soledad permitiendo que nos juntemos en un concierto para tararear al unísono un coro que termina siendo un himno que reparte la felicidad por partes iguales para todos. Charlie Watts, qué ritmo sereno, qué rock ingrávido y gentil como pompas de jabón. 

 

luceromartinezkasab@hotmail.com   

 


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