Reaparece el matemático que renunció a un millón de dólares por principios

0
Compártelo

Una de las mejores mentes del siglo XXI acabó tan descontento por la falta de brújula moral de su campo que renunció a todo lo que había conseguido. Es, en muchos sentidos, el último científico ‘puro’

 

Durante el siglo XIX y principios del XX, las matemáticas, en su conjunto, experimentaron un desarrollo sobrecogedor. El concepto de infinito se expandió… bueno, hasta el ídem; se formalizaron las geometrías no euclidianas, se desarrolló el concepto de conjunto (o sets, en inglés) y se sometió a los lenguajes de las matemáticas a una prueba de fuego, que probaba que las tres características fundamentales propuestas por David Hilbert, en realidad, no se cumplían. Además, claro está, de un sinfín más de ejemplos.

Durante este tiempo, grandes visionarios desarrollaron teoremas e hipótesis increíblemente avanzados pero que se basaban, al menos en una considerable parte, en intuiciones y deducciones carentes de pruebas matemáticas. Entre ellos, uno de los más conocidos (y difícilmente explicable) es la hipótesis de Poincaré, propuesta por el matemático francés Henri Poincaré en 1904.

“No estoy interesado en la fama o el dinero. No quiero ser expuesto como un animal en un zoo”

De forma extraordinariamente simplificada —tanto que cualquier matemático que lo lea, es posible que se lleve las manos a la cabeza—, esta conjetura se pregunta si podemos trasformar cualquier geometría tridimensional (sin agujeros) en una perfecta esfera. La prueba matemática de que esto sea así se le resistió a las mentes más brillantes de este campo de las matemáticas durante casi 100 años.

Para llegar a una solución, no solo era necesario el avance de otros campos de las matemáticas —y los nuevos descubrimientos que esto conllevaba—, sino también una mente privilegiada. Esta nació en 1966 en la Unión Soviética, en la que por entonces se seguía llamando Leningrado, la actual San Petersburgo. Un niño, como mínimo, especial, llamado Grigori Yakovlevich Perelman, hijo de padres judíos.

Su madre, a pesar de renunciar a su carrera por el cuidado de sus hijos, era una matemática talentosa y esa cualidad se la transmitió a su hijo Grigori. Tanto es así que en 1982 representó a la URSS en las Olimpiadas Matemáticas Internacionales, obteniendo una medalla de oro, con una puntuación perfecta. Tras salir del instituto y entrar en la Universidad de Leningrado, donde obtuvo su doctorado, las ofertas de otras universidades —sobre todo occidentales, pues el muro del Berlín ya había caído— no fueron escasas.

Tras pasar un par de semestres en el Instituto Courant en Nueva York, a principios de la década de los 90, y en la Universidad de California, en Berkeley, probó su primer gran problema, la conjetura del alma (en inglés, soul conjecture) que explora los componentes básicos y fundamentales de las figuras geométricas, llamadas, en este caso, las variedades de Riemann (en inglés, Riemann manifolds) y cómo el conocimiento de esos componentes puede remitirnos a la figura multidimensional original (y viceversa). Después de este significativo avance, las más que reputadas universidades de Princeton y Stanford le ofrecieron trabajos, que él rechazó para volver a Rusia con una posición exclusiva de investigador en el Instituto Steklov de San Petersburgo.

Durante los siguientes años, ya se vio que la de Perelman no era una mente normal, incluso más allá de las matemáticas. En 1996, la Sociedad Matemática Europea le concedió su premio, que rechazó. Más tarde, en 2006 y 2010, respectivamente, rechazó la Medalla Fields —que viene a ser el Nobel de las Matemáticas— y el Millenium Prize, con un premio de 1 millón de dólares, que le habían sido otorgados por solucionar la conjetura de Poincaré, al considerar que los avances que le precedían (y que quedaban sin premio) eran esenciales para el descubrimiento, sobre todo el trabajo de Richard S. Hamilton. Cuando rechazó la medalla Fields por sus avances en lo que se conoce como el Flujo de Ricci, el propio matemático afirmó: “No estoy interesado en la fama ni en el dinero. No quiero ser expuesto como un animal en un zoo. No soy un héroe de las matemáticas, ni siquiera he tenido tanto éxito, es por eso que no quiero que todo el mundo me mire a mí”.

Tras estos golpes que la comunidad matemática le profirió (la entrega de premios), Perelman, una de las mejores mentes de esta rama de la ciencia que han existido, abandonó tanto su trabajo en el Instituto Steklov como las matemáticas en su totalidad. El medio estadounidense The New Yorker consiguió entrevistarle en el año 2006. En esa entrevista, Perelman afirmaba su descontento con los estándares éticos del campo de las matemáticas. En concreto, como se especifica en el reportaje, parece que uno de sus principales problemas fue que otro ganador de la medalla Fields, el matemático chino (ahora estadounidense) Shing-Tung Yau, menospreció de forma intencionada a Perelman para aumentar el valor del trabajo de colegas suyos.

“No puedo decir que esté furioso. Hay personas que hacen cosas peores. Claro está, hay matemáticos que son más o menos honestos, pero casi todos ellos son conformistas. Toleran a los que no son honestos. No es la gente que rompe los estándares éticos y morales a los que se considera raros, sino a las personas como yo que estamos aisladas“, dijo Perelman.

Después de esto, Perelman, a su pesar, se convirtió en un icono. Abandonó la vida pública y pasó a ser una celebridad underground en San Petersburgo, con pseudo-paparazzis acosándole y robándole fotos, hasta que su pista se quedó muy fría. Al menos, hasta hace unas semanas, cuando reapareció con su característica imagen en el metro de San Petersburgo. Por supuesto, su legión de fans (con los que no desea tener el más mínimo contacto) se hizo eco de su reaparición. Un auténtico mártir (metafórico) de las ciencias puras.


Compártelo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *