Tres indígenas en el nuevo gobierno

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Por: Lucero Martínez Kasab. Magíster en Filosofía.

En algún lugar del mundo se empiezan a dar los cambios que nos han de llevar a la Transmodernidad, incipientes variaciones dentro de las costumbres políticas abandonarán el concepto de Estado moderno basado en la idea del ser humano como un individuo aislado de los demás y por tanto, las diferentes ramas del poder deben implementar leyes que rijan el egoísmo. Vendrá otro concepto del ser humano, tal vez el practicado por los pueblos originarios, que somos comunitarios con singularidades; el Estado, entonces, tendría una filosofía tendiente a preservar la unión entre nosotros.

Así hablaba el gran pensador de cabello blanco encrespado a su numeroso grupo de alumnos y, yo desde un buen tiempo a la espera de esas incipientes variaciones para llenarme de esperanza leo hoy plena de alegría el nombramiento que hace el presidente electo de Colombia, Gustavo Petro, de tres líderes indígenas en importantes cargos en su gobierno: Leonor Zalabata, líder arahuaca defensora de los derechos humanos  como nueva embajadora ante la ONU en Nueva York; Patricia Tobón Yagarí de la comunidad embera, abogada, dirigirá la Unidad de Víctimas y Giovani Yule, de la comunidad nasa, sociólogo, dirigirá la Unidad de Restitución de Tierras; ahí, en los pueblos originarios está la semilla de una nueva era de la humanidad.

Un salto cualitativo de honda implicación política, social, económica el que está dando Colombia ante sus nacionales y ante el mundo que se ampliará el primer día que Leonor Zabalata se dirija a todos los miembros de la ONU. Con ella, mostraremos una Colombia distinta, pacífica, con otra racionalidad. Purificaremos nuestra fama de traficantes, mentirosos, asesinos y le ofreceremos al mundo otra visión de la vida creada por milenios de pensamientos seriamente místicos.

Viene a mi mente que mientras mis vecinas se iban a estudiar a Suiza yo conocía Nabusimake, tierra donde nace el sol, el pueblo de los indígenas aruhacos a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, arriba en la Sierra Nevada de Santa Marta, la que adoro ver todas las madrugadas desde mi balcón delineada en el horizonte por la luz del nuevo día. Partimos desde Valledupar por un camino envuelto en neblina con riachuelos helados surcados de flores, de helechos, de olores puros donde el carro en un descuido podía irse al abismo de miles de metros; aún hoy en día admiro la tranquilidad con la que mi padre conducía mientras nosotros mirábamos los precipicios. Llegamos primero a Pueblo Bello no podía ser más justo su nombre: rodeado de altas montañas en una planicie verde idílica con sus casitas bañadas de neblina y ovejas pastoreando, al costado la iglesia con un salón en un segundo piso que nos permitió contemplar el paisaje y dormir envueltos en cobijas de lana mirando por la noche las estrellas.

Después, por un camino de herradura llegamos a Nabusimake…, experimente un encantamiento. Ni el más ingenioso pintor de cuentos infantiles podría imaginarse aquella hermosura de pueblito cercado por grandes rocas con sus callecitas empedradas, con chozas circulares hechas de bahareque y techos de paja. Quedé maravillada por sus rayos de sol transparentes, por sus noches escondidas del resto del mundo; rogué que el tiempo se detuviera, quise vivir ahí para siempre. Verlos a ellos, a los aruhacos, mujeres y hombres vestidos de blanco con sus hermosos cabellos negros y el color de su piel cobriza me llenó de fascinación por la tranquilidad de sus rostros, por no escucharles la voz más allá de la distancia personal, porque nunca los vi caminando de a uno sino de a dos o más por los senderos que los lleva hasta Valledupar. A mis ocho años eran los primeros indígenas que veía en mi vida y a quien primero vi apreciarlos y respetarlos fue a mi padre, nos contó de la milenaria existencia de ellos y también del arrinconamiento hecho por el hombre blanco y del abandono del Estado.

Y cuando pude jurar que nunca más volvería a ver un lugar con ese grado de perfección natural donde los rayos del sol se vieran blancos, el oxígeno haciendo más etéreo el viento y el olor de los árboles embriagando las madrugadas frías, subimos a otro pueblo allá en el Cauca, en el extremo de Colombia, en la cordillera Central con un nombre de mujer que, colocado a un pueblo, lo llena de poesía, Silvia, rodeada de eucaliptos, de pinos, de riachuelos, de bruma y de frío me devolvió la experiencia de vivir en medio del más hermoso paisaje y, ahí, conocí a otros indígenas, los nasa o guambianos vestidos con colores y sobreros negros, con sus niños cargados en las espaldas de sus madres, casi siempre caminando acompañados, saludando a los forasteros como nosotros con tal educación y cortesía que, inmediatamente, nos inspiraban respeto.

Hemos despreciado desde hace más de quinientos años, desde la Colonia, la noción que los pueblos originales tienen de la ciencia, la familia, el sexo, el amor, el sentimiento y la razón. Los hemos casi desaparecido y ellos resistiendo física y culturalmente tamaña ignominia conservando sólidos sus principios de vida que incluye el respeto sagrado por la naturaleza. Esperaron con esa paciencia que les cruza la voluntad a que Occidente dirigiera sus ojos hacia ellos en búsqueda de nuevos horizontes para salvar el Planeta y a la humanidad, que se está prendiendo fuego a sí misma.

Walter Benjamin, uno de los filósofos alemanes de la Escuela de Frankfurt, el más agudo visionario de ese grupo que hasta incomprendido fue por sus amigos, que se suicidó a punto de pasar la frontera de Francia a España perseguido por los alemanes nos alcanzó a advertir contra la locomotora del progreso: ¨tal vez la verdadera revolución sea halar el freno de emergencia¨.

Descender de esos asentamientos humanos donde se conversa por las noches en el silencio cósmico de las estrellas, donde no es importante la televisión ni las cremas faciales ni las marcas de las carteras es bajar a la más espantosa realidad. Por qué, me preguntaba, no podía ser así el mundo entero, ¿si ellos tenían felicidad y el remedio contra la soledad?

 

luceromartinezkasab@hotmail.com


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