Desentrañando los símbolos del Uribismo
Si el Uribismo entero fuese una secta o un movimiento social erudito, sabría y reconocería sin aspavientos que él mismo está llegando a su final. De otro lado, es de dominio público y deben reconocer hasta los mismos detractores del expresidente Uribe, que como dice Daniel Coronel, “Uribe Vélez no solo es el hombre más poderoso de Colombia, sino que aquel hombre de ojos claros y corta estatura realmente goza de una inteligencia envidiable. Prueba de esto es el hecho de haber forjado una excelsa carrera en el ámbito público”. Quien ha visto la serie Matarife conoce la versión de que Uribe fue en su momento un influyente y regional antioqueño de clase media alta, subordinado tal vez por la anarquía e imperio del narcotráfico que lideraba en la Medellín de los 80 Pablo Escobar, y existen versiones que dicen que siendo Director de la Aeronáutica Civil, autorizó la pista de la hacienda Nápoles poniendo a volar los carteles de la cocaína. Pero seamos sinceros, ¿quién se hubiese atrevido a contradecir una orden de Pablo Escobar? Yo realmente no lo juzgaría si en tal caso esa hipótesis fuera cierta. Para comprobar dichas informaciones anteriores los invito a visitar la siguiente columna de Yohir Akerman. https://www.elespectador.com/opinion/las-licencias-de-uribe-columna-752711/
Es importante subrayar que la figura de Uribe terminó definiendo un tipo de mentalidad en Colombia, sabemos que todo tipo de clases sociales se identifican con Uribe Vélez, y esto se refleja desde la popularidad que goza por ejemplo en barrios populares, allí donde el folclor narco emergió como contracultura, hasta en las clases medias y altas que encontraron en la Seguridad Democrática el eslogan perfecto para defender y representar sus intereses y visión del conflicto colombiano.
Uribe es hijo de Colombia, de sus maneras y también de sus mismas formas de representarse y ver el mundo, sin embargo; si Uribe quiere representar al colombiano nato, y más aún quiere hoy seguir acudiendo a su figura de padre moral y ético, con la cual ha conquistado los corazones de tantas colombianas y colombianos, acudiendo a representarse por medio de los símbolos que el muy bien conoce y que lo han erigido como la figura más emblemática y representativa del prohombre colombiano, ha seguramente también de saber; que de los soldados y compañeros de batallas, que acompañan sus discursos y glorifican su figura, debe saber cuidarse si quiere seguir reinando en Colombia. Uribe puede terminar siendo víctima de su propio invento como ocurrió con Frankestein, quien pudiese ser el mismo Diego Cadena y quien me atrevo a decir; representa el “ethos” del Uribismo. Para entender el símil entre la historia de Frankenstein y Diego Cadena solo hace falta que retomemos este artículo publicado en la sección de cultura del El País de España y que nos cuenta la historia del monstruo nacido en Ingolstadt, Baviera, reconocida ciudad alemana donde está ubicada la fábrica de automóviles de Audi: El Monstruo es la víctima modelo: inocente y calumniado, azuzado hasta obligarlo a la violencia. Como toda víctima, quiere saber por qué es odiado. No ha sido él el responsable de su presencia en el mundo, como lo dice uno de los epígrafes de la novela, tomado del Paraíso perdido de Milton: “¿Acaso te pedí, Creador, que de mi arcilla / Me hicieses hombre? ¿Acaso te rogué / Que de la oscuridad me ascendieses?”. Fruto de la ambición (o la descuidada invención) de otro, el Monstruo comparte su dura suerte con la de Adán, es decir, con la de todos nosotros. Sin embargo, a pesar de su sufrimiento, no quiere morir. “La vida”, le dice a su creador, “aunque sólo sea una acumulación de angustias, me es preciosa”. Y agrega, para explicar su conducta: “Yo era amable y bondadoso; la miseria me convirtió en demonio. Hazme feliz, y otra vez seré virtuoso”. Diego Cadena también se ha mostrado como inocente y calumniado. Aquel monstruo que según algunas versiones de periodistas como Daniel Coronel, piso con astucia al parecer las cárceles en busca de testigos, es hoy amedrentado por injuriosas calumnias que lo han llevado a indagatoria. Solo un monstruo inteligente podía llevar a cabo tan misión encomendada, lastimosamente el monstruo parece no gozar de elocuencia y la verosimilitud de sus declaraciones sin querer queriendo se han convertido en el hazme reír de una nación. Lo que Cadena le añade a esta nueva fábula versión colombiana no solo es el peligro que mediante sus cantinflescas intervenciones hunda sin intención la legitimidad y reputación del Uribismo, sino también que para esta pluma, el Frankestein colombiano de nombre Diego Cadena, es asesorado cual chompiras por Ivan Cáncino, quien es Botija, y que representaría en esta fábula un reconocido mastodonte del derecho que lo regaña cada vez que Cadena es amedrentado en indagatoria por su “subconsciente”, que realmente no es el suyo sino el de “Frankestein”.
Entrando a desentrañar los símbolos y la identidad del Uribismo desde una perspectiva cultural, he de manifestar que su discurso construido sobre la exaltación de la hipérbole nacionalista, discurso que todavía excita a un pueblo atrincherado por el dolor de pertenecer a una patria pequeña, hechiza y ausente, que ha brillado más por la violación y degradación de su legitimidad y soberanía que por la verdadera belleza de las conquistas sociales y culturales que se han esculpido en la historia y en los suelos de Colombia, es la prueba más fehaciente; de aquel impostor delirio de guerra, sangre y confrontación que ha moralizado y vendido a sus fieles y seguidores.
Su recurso político más importante ha sido el nacionalismo o patriotismo, el mismo hasta hoy en día le sigue rindiendo frutos. Sin embargo, un pueblo no duerme para siempre y la opinión pública de hoy en día está influenciadas por la proliferación y aceleración de la información. El internet logró democratizar la opinión de los medios de comunicación, y es en esa batalla mediática, donde lo que anteriormente podía ser un anti discurso, que circulaba entre sus detractores, élites intelectuales y burguesías de izquierda, o revolucionarios rasos, terminó propagado y compitiendo con la estrategia de la exultante propaganda con la que el expresidente conquistó el país.
Para acercarnos a entender la relación entre el nacionalismo colombiano y el delirio de orfandad de nuestros connacionales, podemos tomar como ejemplo este artículo de Pablo Méndez Gallo, titulado: “Antropología y Nacionalismo. ¿Imaginación o fantasía?” La cita en uno de los apartes de este artículo lleva como título “la manía nacional”: El gran tema de la modernidad nacionalista viene constituido por la idea de la identidad, aquello por lo que supuestamente uno llega a saber quién (y de quién) es, de donde viene y a dónde se encamina. Gracias a la identidad, creemos poder reducir la incertidumbre que provoca la idea de estar solos en el universo -el nacionalismo se convierte en el paradigma moderno de negación de la incertidumbre inherente a la condición humana-. Pues gracias a ella nos reconocemos como idénticos a nuestros ancestros, a nuestros congéneres, a nuestros correligionarios, a nuestros compatriotas -siempre en función de la dirección hacia la que orientemos nuestra imaginación comunitaria-. Pero más importante, y esto es lo novedoso y característico de la orfandad moderna (gobierno de nadie, paternidad ausente…), nos imaginamos idénticos a nosotros mismos: «Idéntico a lo mismo, idéntico a lo autóctono» canta Javier Krahe. Una identificación que muestra el carácter narcisista de lo nacional, lo moderno (Sennett, 1977), donde uno se convierte en su propia comunidad, de referencia y destino, -‘yo’ como medida de todas las cosas-, además de la dimensión proyectiva de la que es portador: lo autóctono, o la comunidad, configurándose como prolongación del ‘yo’:
Como bien mencioné anteriormente, la falta de ese padre sería en este ejemplo la falta de ley y justicia a la que el Estado representado por el de Antioquia se vende como el legítimo representante que puede socavar las grandes injusticias y sombras que han atormentado a “Macondo” desde sus inicios. La figura del Antioqueño conoce muy bien su auto-representación y se aprovecha de ella, huele y conoce como el más grande de los políticos los símbolos y formas de representarse que generarán admiración tanto en élites como en el pueblo. Representa la figura de un hombre adelantado a su tiempo, que solo lo puede derrotar un algoritmo más grande que sí mismo o posiblemente algún desconocido Frankestein, con delirios de hacerse reconocido y salvar patria, convertirse en un soldado héroe. Como bien sabemos, alguna vez un representante del poder ya se apropió de su discurso, aquel le dio otro color y lugar a los intereses del caudillo. Muchos dicen que Juan Manuel quiso hacerse pasar por un Santo para ganarse el premio nobel, aquel erudito que usurpó el poder del gamonal vestido de rey, lastimosamente también parece llevar su túnica manchada con sangre.
De otro lado, poco se ha hablado o se habla de las características que tiene que tener un mandatario de este país para ser visto como el representante predilecto de una nación, esto en razón de las diferencias culturales, sociales y económicas tan importantes que tiene Colombia. Debe reconocerse que muy pocos personajes han logrado lo que Álvaro Uribe Vélez en la historia de Colombia, que su figura sea beatificada y honorada por muchos de los oriundos de todas las tierras y regiones de este país. Sin duda su figura también representa la de un hombre mítico.
La construcción del superhéroe, argüida al concepto del primer soldado de la patria, un hombre conocedor del campo y de acento paisano, un alabador de las prácticas del deber y un caballero representante del espíritu del capitalismo, el gran Colombiano que no descansa, el del primero gobierno que permitió salir de la construcción que tenía azotado el país por la guerrilla, aquel que abrió las vías de este país para que los colombianos pudiesen volver a abrazar el sol y sentirse los hijos y dueños de aquellas primorosas tierras.
Álvaro Uribe es la más excelsa representación del padre defensor de la patria. Su figura también es el resultado de una mentalidad y un momento histórico que lo eligió a él para representar muchos de los ideales de una sociedad que necesitaba negociar una figura que pudiese ser enaltecida tanto por las élites como por lo popular. Allí se forjó una identidad, la cual convirtió en discurso donde supo representar una forma de referir el conflicto interno de violencia y guerra del país, a su vez construyó un discurso que caló en gran parte de la sociedad refiriendo las formas y maneras como podía éste resolverse, “La Seguridad Democrática”. Esta vez el poder tuvo dueño, o patrón, alguien demostró que podía asumir el mando y le hizo creer al pueblo que era el digno representante de sus sueños y porvenires.
Con el discurso puesto sobre la consigna de perseguir los bandidos, enfocó los profundísimos problemas de Colombia en la idea que pretende derrotar principalmente a las guerrillas. Razón tuvo al defender con ahínco los intereses tanto del ciudadano popular como los del terrateniente y el magnate. Construyo una patria que en el imaginario social estaba amenazada por los constantes terroristas, siniestros, secuestros y homicidios ocasionados por la subversión de las guerrillas. Según mencionan algunas fuentes como Monsalve, convicto y exparamilitar; Uribe habría hecho parte de la formación de grupos paramilitares en la hacienda Guacharacas. Si esto fuese verdad, lo mismo daría para pensar, que por medio de la subversión, paramilitar en este caso, el hombre más poderoso de Colombia habría empoderado las estructuras al margen de la ley de derechas para aniquilar a las guerrillas, los subversivos de mentalidad e ideología socialista. Si tal versión fuese fehaciente; Uribe habría cristalizado una identidad relacionada con la subversión de grupos paramilitares de derecha, compartiendo la hegemonía y legitimidad de las doctrinas e ideologías representantes del modelo neoliberal, la globalización y el capitalismo, pero comulgando con la mentalidad, símbolos e idiosincrasias adyacentes a las anarquías y guetos mafiosos y del narcotráfico en Colombia.
Samuel Kaputt